Por Laura Vázquez
Esa corta noche me costó dormir. Reconozco que estaba un poco nerviosa, como lo estaba, cuando era niña, la noche de Reyes.
Cerraba los ojos y me imaginaba sentada contemplando la majestuosidad del Machu Picchu.
Nos despertamos a las 3 de la madrugada para estar a las 4 en punto en la cola del puente que da acceso al camino de ascenso hacia las ruinas, ya saliendo del pueblo de Aguas Calientes, que queda abierto al público a las 5 de la madrugada. El puente en el que te piden el pasaporte y el ticket de entrada al Machu Picchu.
Cuando me dirigí hacia allí vi también una cola interminable de personas en la parada desde la que salía el autobús camino a la ciudad sagrada de los incas. El primero salía a las 5:30 pero ya había una cola considerable. La elección entre subir con el autobús o subir a pie, la tenía clara. Sabía qué tipo de experiencia quería vivir y recordar. Sin ninguna duda, a pie.
Recuerdo que hacía frío. El día anterior había llovido y el suelo estaba aún húmedo. En realidad, daba por hecho que al subir al Machu Picchu apenas podría ver nada, ya que el día estaba nublado. Aún así, tenía muchísimas ganas de llegar arriba. De ver con mis propios ojos lo que tantas veces había visto en una imagen en el ordenador sentada en el sofá de mi casa.
Precisamente en esa cola en el puente, justo antes de iniciar el ascenso a pie al Machu Picchu, les enseñé a mis compañeros de viaje un video que había visto hacía un tiempo en internet sobre los viajes y sobre Perú.
Lo vimos juntos y al acabar, nos miramos y dijimos mientras nos sonreíamos: ¡Allá vamos!
Os lo dejo a continuación por si tenéis ganas de soñar un poco, como lo hice yo en su momento.
Sí, imagino que te ha pasado lo mismo que me pasó a mi. ¿Deseando ir a Perú?
Tenía ganas de construir recuerdos así. Y esperando en la larga cola del puente, me sentía afortunada de poder hacerlo.
Empezaba el ascenso al Machu Picchu a pie, una hora sin parar, subiendo escaleras de piedra, cada una de tamaño, color y forma distinta, rodeados de vegetación salvaje, sacando la lengua cada vez que alguien nos adelantaba o nosotros adelantábamos a alguien.
En el preciso instante en el que empezaba a pensar que no podía más, ¡Sorpresa! Habíamos llegado a la entrada.
Abrían las puertas del Machu Picchu a las 6:00 am.
En la entrada del Machu Picchu, me agobié un poco porque veía demasiada gente por todas partes. ¡Qué turistada!, pensé. Claro, yo había subido de las primeras a pie, pero obviamente ya había llegado gente antes que yo porque habían subido en el primer autobús de las 5:30h.
¿Pero qué pasó? Que mientras todo el mundo estaba esperando a su guía para hacer el tour por dentro del Machu Picchu, los que habíamos subido a pie y que no íbamos con guía, entramos muy pronto, de los primeros, y tuvimos la suerte de poder disfrutar de las maravillosas vistas prácticamente para nosotros solos. Además, la niebla y las nubes desaparecieron esa mañana como si todo estuviera perfectamente planificado.
Supongo que era la gran recompensa por haber subido a pie hasta los 2.430m desde Aguas Calientes. Silencio, aire puro, y una gran sensación de satisfacción.
Había escuchado hablar de la Pachamama (Madre Tierra) muchas veces durante el viaje, siempre con mucho respeto. Pero fue exactamente en ese momento, en el que comprendí a qué se referían cuando hablaban de la Pachamama. La importancia de la tierra y la importancia de cuidarla, amarla y respetarla.
Y me imaginé el trabajo que les debía haber costado construir aquella aldea en el año 1460 y la cara de sorpresa que se les debió quedar a quienes la descubrieron en 1912.
Contemplé a mi alrededor y disfruté de lo que veía, pero sobretodo de lo que sentía.
Después de una semana de viaje, llegó el primer momento reflexivo.
Me sentía afortunada. Y a la vez orgullosa. Orgullosa de haber sido capaz, una vez más, de colgarme una mochila a la espalda y salir sola a buscar sensaciones nuevas, experiencias nuevas y retos nuevos. Orgullosa de sentir que había cumplido un sueño más; visitar otra de las Maravillas del Mundo.
Esto es aplicable a muchísimas cosas en la vida, seguramente mucho más importantes que unos viajes; pero el ser humano, siempre tiene la capacidad y la posibilidad de demostrarse a si mismo, que, si quiere, puede. Solo tienes que desearlo con suficientes ganas.
Y justo en ese momento, en el momento en el que me intentaba convencer de que si quieres puedes, extrapolándolo a muchas otras facetas de mi vida, de mi día a día, justo en ese instante, se me cayó una lágrima. Concretamente del ojo izquierdo… cayendo despacito, como a cámara lenta, hacia el labio superior. Allí la hice desaparecer con la punta de la lengua hacia la comisura de los labios, como si quisiera aplastarla para acabar con ella, pero a la vez disfrutando de su intensidad y su sabor salado.
Sí, me emocioné en ese breve pero intenso momento.
Fueron apenas 4 o 5 minutos de calma y tranquilidad que quedaron interrumpidos con gritos de ¡Vamos Laura, que te estamos esperando! Eran mis compañeros con los que habíamos subido a pie hasta allí.
¡Voy, ya voooooy!
Al levantarme y darme la vuelta empecé a ver a cientos de personas avanzando por los diferentes caminos que desembocaban a un mismo punto, con su correspondiente guía… esa imagen quedaba muy lejos de la sensación de soledad que acababa de disfrutar hacía solo unos instantes. Una sensación que ya no volvería a sentir en ningún momento más durante mi visita al Machu Picchu, ya que la imagen real de esa “ciudad perdida” es de masificación permanente. Nada que ver con las típicas fotografías que vemos en internet.
Si pones en Don Google “visitar Machu Picchu” probablemente encontrarás la típica foto con una mujer enfundada en un poncho de lana de llama con el pelo al viento, y unas ruinas completamente desiertas a sus pies. Pues bien… aquí va la realidad… el poncho es de lana de oveja hecho en Bolivia y lo que vas a ver son hordas de turistas gritones siguiendo el paraguas de sus respectivos guías, haciéndose selfies con una llama.
Lo siento mucho, acabo de desmitificar el Machu Picchu… ¡pero así es…!
Y es normal. Visitar el Machu Picchu es tu sueño, también el mío y el de miles de personas alrededor del mundo… por eso es extremadamente turístico. Pero no deja de ser una maravilla del mundo, y aunque sea solo para verla una vez en tu vida, vale mucho la pena.
Esto es como todo; lo que importa no es lo que está pasando (cientos de personas visitando el Machu Picchu) sino la percepción que tu tengas sobre lo que está pasando (la magia que puedas llegar a sentir y lo afortunado que puedas sentirte por poder disfrutar de una experiencia así).
Quedaba la segunda parte de la ascensión… subir la Montaña Machupicchu hasta arriba del todo, donde se pueden contemplar las ruinas desde lo más alto, a 3.061,28m.
Decidí subir a esa montaña porque desde ahí podía entender la majestuosidad de la Montaña Huayana Picchu, que es la que realmente sale en todas las fotos que vemos del Machu Picchu. Bueno, y en realidad, subí a esa, porque para subir al Huayana Pichu, tendría que haber comprado el ticket con más antelación, y no a mi llegada a Cuzco que fue lo que hice tal y como os comenté en la entrega anterior.
Así pues, tenía que ascender durante 2 horas más para alcanzar la cima. Podemos pensar que 2 horas no es mucho, pero hay que recordar que las piernas tienen memoria y mis neuronas también, y acababa de subir durante 1 hora desde Aguas Calientes hasta la entrada del Machu Picchu, que sí, muy bonito todo, pero ¡agotador!
Unos chicos que bajaban nos comentaron que habían visto un pequeño oso arriba del todo, así es que cuando las fuerzas empezaban a flaquear, ese comentario, nos motivó para llegar arriba lo antes posible. La realidad es que, al llegar arriba, no había ningún oso. Creo que los muchachos que nos lo dijeron, aún se están riendo …
Tras dos horas llegamos arriba. Las nubes habían desaparecido completamente. El sol lucía en todo su esplendor como si quisiera iluminar nuestra visita.
Pasamos del frío al calor, del calor al frío.
Respecto al mal de altura, como ya llevaba varios días en Cuzco, que se encuentra a 3.399m, ya estaba aclimatada a la altura, así que ningún problema en ese sentido.
Pero en realidad, todo daba igual; uauuuuuu las vistas desde allá arriba eran realmente espectaculares.
Nos empapamos bien de esa escena, de esa postal grabada en la retina para siempre, nos dimos un abrazo colectivo de mochileros flipados e iniciamos la bajada.
Reconozco que el momento de bajar me pasó volando. Lo hicimos en silencio. Imagino que los ocho estábamos reflexionando sobre nuestra visita al Machu Picchu, y también sobre los días previos recorriendo el camino del Inca.
Sin ninguna duda, si tuviera que volver a hacerlo elegiría otra vez ese recorrido y esa manera de lograrlo. Nada de trenes, nada de recorrerlo en uno o dos días. En los paraísos no hay prisas, y para sentir la tierra, tienes que pisarla, tienes que sentirla y tienes que mimarla.
Al llegar abajo, de regreso a Aguas Calientes, fuimos a visitar una vez más su mercadillo, y a disfrutar las últimas horas de ese acogedor pueblecito, que, aunque no tenía nada especial, a su vez, lo tenía todo.
Tomamos un tren de regreso a Cuzco. Todo el mundo en ese tren iba con la misma cara de alegría, o al menos eso me pareció a mi.
Cuzco me hipnotizaba y me costó mucho irme de allí. Había conocido un grupito de gente muy majo. Una pareja de uruguayos, un chico alemán, una pareja chilena y mis dos queridos argentinos (Gabriel y Oscar), que me protegieron y me hicieron reír a cada momento.
Me sentía muy cómoda, en plena zona de confort, pero tenía que empezar a hacer planes para dirigirme hacia un nuevo destino, porque los días iban pasando y quería aprovechar al máximo mi tiempo de viaje.
Eso sí, antes de irme de Cuzco, era necesaria una última parada en la Montaña de los 7 colores, la 4ª montaña más alta de Perú, a 100 kilómetros de Cuzco.
Los chicos que conocí esos días se iban a quedar más tiempo en la ciudad y preferían descansar al regreso de Machu Picchu, por lo que, al día siguiente, iría yo sola hasta el Vinicunca, conocido también como la montaña del Arco Iris.
La montaña de los 7 colores, tal y como indica su nombre, es exactamente eso. Un lugar maravilloso en el que puedes distinguir hasta 7 tonalidades diferentes de colores mirando hacia el horizonte.
La subida fue preciosa. Los senderos circulan al lado de imponentes glaciares y de numerosas lagunas, formadas por deshielos de los nevados de la cordillera de los Andes. Después de 10 días viajando, fue el primer momento en el que hacía una actividad sola. Disfruté muchísimo de esa caminata y de los paisajes a pesar de estar demasiado masificado para mi gusto.
El conductor del autobús nos dijo que teníamos 4 horas para subir y bajar.
Los últimos 20 minutos antes de llegar arriba del todo, fueron los que más me costaron físicamente, básicamente por el mal de altura. A 5.200 m sobre el nivel del mar, se respira diferente. Y a ese mal de altura había que sumarle el cansancio acumulado después de los días del Camino del Inca y la subida al Machu Pichu.
Tomé té de coca y masqué hojas de coca para poder llevar mejor el mal de altura, ya que allí es legal.
También recuerdo el intenso frío al llegar arriba. Ahora lo pienso y vuelvo a sentir ese frío como si estuviese allí ahora mismo.
Después de esa última visita en Cuzco, y después de despedirme emotivamente de mis compañeros de viaje por esos días, fui a una agencia para preguntar por los horarios de los autobuses hacia Arequipa. Allí coincidí con Rodrigo, un chico chileno, que también estaba preguntando los horarios de autobús. Rodrigo me cayó de fábula desde el primer momento. Educado, tímido y formal, pero a la vez divertido y con buena conversación. Al salir de allí fuimos al Mercado de San Blas, donde pasamos el tiempo tomando zumos diversos hasta la hora de salida de mi bus. Rodrigo me comentó que en unos días iría hacia Bolivia.
Previsiblemente, mi siguiente destino al acabar con Perú también sería Bolivia. Así es que nos intercambiamos los números de teléfono y quedamos que el primero que llegase a La Paz escribiría al otro.
Dejé Cuzco atrás y tomé el autobús hacia Arequipa para visitar el Cañón del Colca. Este cañón es, con unos 3.400 metros de profundidad y 100 kilómetros de largo, uno de los mas grandes del mundo. Es también el tercer lugar más visitado de Perú.
Este valle se encuentra en plena cordillera andina y cercano a un montón de volcanes; es mucho más que un famoso cañón.
Visité el Cañón del Colca por libre durante 4 días. Si, lo sé. La gente dirá que está prohibido hacerlo por libre o que es peligroso hacerlo, pero creedme…no lo es en absoluto. Lo leí unos días antes en un blog en internet, y pensé que, si otra gente lo había hecho, yo también podría. Pero, además, los días anteriores en Cuzco conocí a una pareja chilena que acababa de venir de Arequipa y me explicaron detalladamente cómo lo habían hecho ellos solos, sin agencia. Así que les copié la idea.
Si que es cierto que, haciéndolo por libre, es mucho más complejo y lento y que no es tan cómodo como si te metes en un autobús y te van haciendo las paradas correspondientes, pero claro … el precio tampoco es el mismo y el tipo de experiencia, seguro que tampoco. Para que os hagáis a la idea, en esos 4 días gasté 240 soles (65 euros) siendo lo más caro, la entrada al cañón, que, si no recuerdo mal, fueron 70 soles. En cambio, con agencia el precio se disparaba a casi al doble o diría incluso, el triple. Además, leyendo en internet el recorrido de los tours, me parecía una gran turistada, me daba la sensación de que me iban a llevar como a un rebaño de ovejas… y eso le quitaba la gracia a mi manera de disfrutar del viaje.
Después de la experiencia vivida, puedo afirmar que repetiría de nuevo, haciéndolo por libre.
En esos cuatro días pude disfrutar del vuelo del cóndor, de aguas termales, de pueblecitos coloniales, de trekkings y de una estupenda comida.
Para que te hagas un poco a la idea de lo que es el Valle del Colca, te cuento que los incas no llegaron allí hasta el siglo XIV y en el XVI lo hicieron los españoles. Ha sido siempre una zona remota y no llegaron allí las carreteras en condiciones entre Arequipa y Chivay hasta mediados del siglo XX.
De Arequipa tomé un bus a Chivay bordeando el volcán Chachani durante el trayecto. Una vez allí fui caminando hasta las aguas termales de la Calera, que se encontraban a 3 kilómetros, donde disfruté de las propiedades medicinales de sus aguas y aproveché para relajar las piernas.
Después de eso, tomé un bus hasta Yanque (que se encontraba a 6km de Chivay), donde pasaría la noche y aprovecharía para disfrutar de la vida que llevan los lugareños allí.
Al día siguiente a las 6h en punto estaba en la plaza del pueblo tomando el desayuno por 3 soles (0,80 Euros). Un bizcocho grandote y muy sabroso y un zumito. A las 7:30h salía el bus regular (no turístico) de la plaza y le pedí al conductor si me podía dejar en el Mirador de San Miguel. Es justo durante ese trayecto donde se encuentra uno de los puntos más atractivos de la zona, Cruz del Condor.
Resulta que justo en ese lugar el conductor hace una parada de unos 5-10 minutos para recoger a gente. Así que, si eres afortunado, puedes aprovechar ese ratito para ver los cóndores volando sobre tu cabeza.
Pero …. Esa vez no tuve suerte… y veía que era momento de subir al bus pero yo no me quería ir de allí sin ver esa preciosa imagen de la que algunos otros viajeros me habían hablado. El avistamiento de los cóndores era el principal atractivo turístico para ir hasta Arequipa.
Así que como no vi cóndores, opté por no subirme de nuevo al bus.
¿Y entonces qué?
Pues decidí esperar a poder verlos y una vez me quedé satisfecha con el regalo de la naturaleza, empecé a pensar cómo podía hacerlo para seguir la ruta.
Lo primero que pensé fue hacer autostop, ya que se veían algunos coches.
Finalmente me decanté por probar suerte con un conductor de uno de los autobuses turísticos. Estuve conversando con él y acordamos que le pagaría 10 soles (2,70 euros) por llevarme hasta el Mirador de San Miguel. La verdad, que fue todo un acierto porque pude parar en todos los miradores como si hubiese contratado el tour y tuve buenas y interesantes explicaciones a lo largo de todo el trayecto.
Una vez en el Mirador de San Miguel inicié el trekking por mi cuenta acabando en el Oasis de Sangalle, donde pasaría la noche.
A la mañana siguiente, muy temprano empezó el tercer y último día en el Valle del Colca, haciendo un trekking hasta llegar a Cabanconde. Para mi ese fue el día más duro porque todo era camino de subida, concretamente 1000 metros. 3 horas y media tomándomelo con calma para no sufrir demasiado en el intento. Una vez más, la aplicación Maps Me para orientarme sin necesidad de tener conexión a internet y el acompañamiento de música descargada en el móvil a través de la aplicación Spotify, me sirvieron para no sentirme ni tan sola, ni tan perdida.
De nuevo recordé porqué me gustaba la soledad y me encantaba esa sensación permanente de libertad.
Si os soy sincera, también tengo que reconocer que en algún que otro momento me pregunté qué estaba haciendo allí en vez de estar relajadita en la playa tomando el sol…pero la verdad es que siempre me gustaron los retos, y hoy en día cuando lo pienso, recuerdo con alegría esos momentos de adrenalina y satisfacción.
El regreso de Cabanconde a Arequipa sería de nuevo en un bus por 17 soles (5 euros) en un trayecto de 6 horas de las cuales dormí 4. Parece que andaba un poco cansada …
En pocos días había hecho el Camino del Inca, había subido al Machu Picchu a pie, a la Montaña del Machu Picchu y también a la montaña de los 7 colores. Todo eso empezaba a pasarle factura a mis piernas. Haber hecho el trekking del Valle del Colca fue la puntilla final.
Ahora ya sí, era momento de dirigirme a Bolivia. Un nuevo país me esperaba.
Pero antes de cruzar la frontera haría una última parada en Isla del Sol, que se encontraba justo en la frontera entre Perú y Bolivia.
En Arequipa tomé de nuevo un bus dirección Puno. 9 horas de trayecto. 9 horas que servirían para que mi cuerpo se recuperase de nuevo, y se preparase para una nueva etapa en Bolivia, donde viviría una situación muy tensa debido a una huelga, recorrería en bicicleta la famosa Carretera de la Muerte y visitaría el INCREIBLE Salar de Uyuni.