Llegué a Quito de noche, cansada por los nervios acumulados el día anterior por al aviso de sunami que había vivido en las Galápagos, y decidí instalarme en el barrio La Mariscal.
A la mañana siguiente amanecí temprano, visité el barrio y a continuación, fui directa a coger un autobús que me llevaría ni más ni menos, que a la Mitad del Mundo. Era un trayecto corto, de unos 30 minutos aproximadamente.
Tenía muchas ganas de visitar ese lugar. Resultaba gracioso pensar que después de un mes de viaje, había llegado hasta allí, ¡hasta la Mitad del Mundo! Sonaba muy bonito…
Recordé que cuando era pequeña, había pasado con mis padres en coche por la autopista en Zaragoza y nos decían a mi hermano y a mi: ¡Mirad niños, que ahora pasamos por el meridiano de Greenwich! Ya en aquél entonces me resultaba emocionante cruzar por debajo de ese arco simbólico, así que ahora, en La Mitad del Mundo, la cosa tomaba un cariz mayor.
La Mitad del Mundo es uno de los 4 puntos de Ecuador, donde se supone que se puede poner un pie en el hemisferio norte y otro en el hemisferio sur. Los otros 3 puntos son: el cerro Catequilla, la localidad de San Luís de Guachalá y el poblado Calacalí.
Se dice que el lugar en el que realmente puedes pisar la latitud 0º, 0’, 0”, y cuya distancia es igual del Polo Norte que del Polo Sur, es: ¡¡La Mitad del Mundo!! Por eso es el lugar más visitado por los turistas que van a Ecuador, unos 500.000 visitantes al año.
Ahora bien, …. Eso no es del todo cierto … en realidad ese asentamiento se encuentra a 240 metros al sur de la línea ecuatorial (sobre el paralelo 0º, 0’, 7.83” latitud sur). Esto fue descubierto a finales de siglo XX, cuando aparecieron los GPS con mayor precisión. En el siglo XVII no existían técnicas tan precisas.
Obviamente no te puedes ir de la Mitad del Mundo si no haces la correspondiente fotografía, poniendo un pie en cada uno de los dos hemisferios; el Norte y el Sur, separados por la mítica raya amarilla. Hay quien dice que puedes sentir la atracción de la tierra justo en ese punto. La verdad, yo no sentí absolutamente nada … también había leído que podías notar un mareo o una leve sensación de embriaguez, debido a que, en ese punto, se oye peor y en consecuencia pierdes el equilibrio y caminas peor. Insisto, a mi no me ocurrió nada de todo eso…
Allí también visité un planetario, una sala de exposiciones, un museo etnográfico y un insectarium, disfruté de bailes tradicionales y pude ver algunas casas ancestrales.
Una cosa curiosa que comprobé con mis propios ojos fue lo de observar el efecto coriolis. Es decir, el efecto que hace que el agua gire hacia un lado en el hemisferio Norte (izquierda o sentido anti-horario) y hacia el sentido contrario en el hemisferio Sur (derecha o sentido horario). Bueno, pues resulta, que justo en la línea exacta del Ecuador, el agua no hace remolinos, sino que cae directamente, sin girar.
Por último, pude constatar como un huevo puede llegar a mantenerse en pie. Bien erguido. Vi a mucha gente que consiguió dejar el huevo totalmente recto encima de un clavo. Lo intenté. Lo intenté varias veces para ser sincera, pero no hubo manera… no lo conseguí con 20 personas mirando, y tampoco lo pude lograr cuando volví a proponérmelo al ver que podía intentarlo de nuevo, esa vez, sin nadie a mi alrededor que me pusiera nerviosa con su mirada.
Resulta que el huevo se queda de pie, porque de la misma manera que el agua cae recta, la yema del huevo también se mantiene recta y de ahí que sea más fácil mantener el equilibrio.
No, No … ahora no intentes hacerlo tu en casa, porque hacer eso en cualquier otra parte del mundo que no sea en la Mitad del Mundo, es científicamente ¡imposible!
Después de visitar la Mitad del Mundo, tomé un autobús hacia Otavalo, puesto que al llegar la noche anterior a Quito,el chico de la recepción me explicó que se estaban celebrando esos días las fiestas del Yamor y que, si no disponía de demasiado tiempo para estar en Ecuador, él me recomendaba visitar Otavalo en fiestas, antes que recorrer la ciudad de Quito.
En dos horas ya había llegado a Otavalo, donde pasaría los siguientes dos días.
Otavalo se encuentra en la provincia de Imbabura y la fiesta del Yamor es una de las celebraciones andinas principales de la época del Kuya Raymi (celebración ancestral de los pueblos indígenas de la sierra ecuatoriana).
Los hombres en esa ciudad suelen ir ataviados con pantalón y camisa blanca, poncho y sombrero oscuro, mientras ellas lucen camisas blancas bordadas con elementos florales, encajes, volantes, y dos fajas, una interna y otra externa.
También calzan unas típicas sandalias amarradas al pie con hilos y la gran mayoría se dedica a la artesanía o a la música andina con flautas y otros instrumentos de cuerda y percusión.
En 2003 Otavalo fue declarada Capital Intercultural de Ecuador por ser un símbolo nacional y referente internacional de preservación de la vida de los pueblos andinos y latinoamericanos.
En Otavalo, además de disfrutar de los vivos colores de las vestimentas de sus habitantes y de sus festivas y alegres calles, también pude gozar de la Plaza de los Ponchos, en la que se concentran miles de artesanos y comerciantes, siendo uno de los mercados artesanales más grandes de Suramérica. Era todo tan bonito … ¡que no pude evitar comprarme un par de guantes y un gorro artesanales!!
Ya era 11 de septiembre y cumpliría 36 años el día 14.
Como iba a pasar ese día tan señalado para mí fuera de casa, y lejos de mi gente, pensé que debía celebrarlo de una manera especial. Sí… viajar ya es algo especial, pero quería algo más concreto, algo que me produjese un subidón solo de pensarlo…
La manera que se me ocurrió para celebrar el cumpleaños, fue hacer cumbre en el Cotopaxi. Se trata de un estratovolcán que se encuentra en Latacunga, provincia de Cotopaxi. Tiene una elevación de 5.897m y es el segundo volcán más alto del país, después del majestuoso Chimborazo.
Así que puse rumbo a Latacunga, con intención de escalar el Cotopaxi el día 14 de septiembre.
Después de dos horas en autobús desde Quito, llegué a Latacunga. Los autobuses de Ecuador no eran como los de Perú o Bolivia. Eran autobuses sin ninguna comodidad ni wifi. Pero los trayectos que estaba haciendo no eran demasiado largos, así que apenas lo eché de menos.
Al llegar a Latacunga, recorrí sus calles, buscando un lugar bueno, bonito y barato donde alojarme. No veía a nadie por la calle, no me parecía ver ningún hostal, y estaban todos los comercios cerrados, por lo que no tenía a quién preguntar.
Al no tener internet en el móvil, tampoco podía buscar nada en Don Google.
Finalmente entré en el único Hotel que encontré hasta ese momento. El Hotel Makroz. Un hotel bonito, espacioso, luminoso, … Un alojamiento que sabía que no me podía permitir, y menos a esas alturas del viaje, sobretodo pensando en la gran suma de dinero que se había esfumado de mi cuenta durante la semana anterior en Galápagos.
Entré y fui atendida por un hombre de unos 55 años, de estatura media, de aspecto tranquilo y bonachón, con un bigote canoso, muy poblado, que escondía una sonrisa amable y complaciente. Era el señor Marcelo.
Le pregunté si conocía un lugar bueno, bonito y barato donde alojarme, y me contestó: Ya lo has encontrado, ¡Aquí! Yo le contesté que no, que ese era un lugar demasiado lujoso para mi. Me preguntó cuánto quería gastarme por noche y le dije que unos 7 euros como máximo, que era lo que había estado pagando en Perú y Bolivia las semanas anteriores… me miró y me sonrió. Me pidió que le contara algo más sobre mi viaje, invitándome a sentarme en la primera mesa del salón comedor. Llamó a una camarera de pelo largo y liso, con cara risueña y le pidió amablemente que me trajese un zumo. Mientras le contaba mis batallitas, me interrumpió y me dijo: Laura, te lo dejo en 10 euros, con cena incluida, y aprovecha para descansar estos días.
Le contesté un: ¡no se hable más señor Marcelo!!
10 euros por noche con cena incluida en un hotel, que, buscándolo a posteriori en internet, vi que en realidad el precio rondaba los 55-60 euros por noche. ¡No estuvo nada mal la negociación! Aunque creo que en realidad eso no fue ni una negociación … simplemente me vino, como un regalo.
Con una sonrisa de oreja a oreja subí las escaleras hasta el primer piso y me instalé en la habitación.
Recorrí las calles de Latacunga durante todo el día, y por la noche el señor Marcelo había preparado una cena especial en el hotel para mi. Esa noche probaría una comida muy típica de esa zona de Ecuador: la Chugchucara, que en castellano significa “cuero tembloroso”. Las chugchucaras están compuestas por corteza de cerdo frita, maíz tostado (palomitas), empanadas, legumbres y patatas. Una buenísima combinación de sabores. El nombre no era muy atractivo pero bueno, en Perú llegué a comer un manjar llamado Cuy, que resultó ser aparentemente una rata, así que …, cómo no me iba a comer ese alimento en esa ocasión, ¡con el buen aspecto que tenía …!
Esa noche descubrí un poco más de la vida de Marcelo. Tenía un hijo adolescente y una preciosa niña de 7 años, los cuales asistían con alegría y orgullo al colegio de pago de la ciudad. Estaba separado de su esposa. Ella vivía en la casa que habían construido juntos años atrás y él pasaba la mitad de las noches en el hotel y la otra mitad en otra casa que tenía a las afueras de Latacunga. En esa conversación me di cuenta de que el señor Marcelo, se sentía bastante solo, y había visto en mi, una persona con la que poder hablar y compartir conversaciones, aunque fuese solo por un par de días.
Entre otras cosas, le expliqué que había ido hasta Latacunga porque mi intención era subir al Cotopaxi. Y entonces, recibí una mala noticia: Marcelo me dijo que no se podía, que justo esa semana el volcán había entrado en erupción y que lo habían cerrado al público.
Entonces fue cuando me habló del Chimborazo, que es el volcán y la montaña más alta de Ecuador. También es el punto más alejado del centro de la Tierra con una altitud de 6.268 metros.
Ufffff… si ya veía difícil subir el Cotopaxi, imaginaos el Chimborazo …
Durante unos segundos me invadió la desilusión, pero Marcelo me dijo: Laura, prueba con el Chimborazo. Dicen que es muy bonito, incluso aunque no consigas hacer cima, seguro que te va a gustar.
Y le contesté: Pues eso haré señor Marcelo, ¡eso haré!!
Estuvimos de charla hasta las 12 de la noche y luego me subí a la habitación a buscar información sobre lo que había ocurrido en el Cotopaxi y sobre las características del Chimborazo, cómo llegar hasta allí y cómo era el ascenso hasta la cumbre.
Al día siguiente me levanté muy muy temprano y fui a la estación de autobuses a coger un autobús que me llevaría hasta la Laguna de Quilotoa (a una hora de Latacunga), sin duda, una de las lagunas más bellas del mundo.
Quilotoa significa “el diente de la princesa” o “reina Toa” y es el volcán más occidental de los Andes ecuatorianos. Dentro de su cráter se formó una caldera con un diámetro de casi 9 kilómetros. En la caldera de 250 metros de profundidad, se ha formado una laguna con sus aguas en calma, de color azul intenso debido a la acumulación de azufre que contienen las mismas.
Nada más llegar a la laguna, visité los miradores de Shalalá y Quilotoa desde donde pude contemplar la extraordinaria belleza de la naturaleza desde 3900 metros.
Había leído que era posible dar la vuelta a la Laguna en un tiempo de unas 5 horas. Así que como había llegado a una muy buena hora por la mañana, decidí iniciar la ruta circular. Por el camino fui encontrando otras personas que iban en sentido contrario al mío. Fue precioso ver la laguna desde diferentes perspectivas y muy curioso ir viendo como el color del agua iba cambiando en función de la hora del día que era, debido a la incidencia de los rayos del sol.
Finalmente, inicié el descenso hasta el agua, y después de contemplar la belleza durante un buen rato, y reírme de los juegos de un grupo de amigos alrededor de unos kayaks, llegó el momento de la subida. Un repecho duro, pero entretenido e incluso placentero.
Volví a Latacunga, y nada más llegar, el señor Marcelo ya estaba esperando para preguntarme qué tal me había ido el día por la Laguna. Estaba en la primera mesa del comedor haciendo deberes con su hija Martha.
Les enseñé algunas fotos del día y me preguntó si quería acompañarlos, a dar de comer a los perros que tenían en la casa de las afueras de Latacunga y si quería ir a tomar un helado típico de la zona. Sentí la mirada fija de Martha y no pude negarme a la invitación.
Durante todo el trayecto en coche, la niña de ojos grandes no dejó de preguntarme millones de cosas sobre mi vida en España. Todo le producía curiosidad. El padre se reía con cada pregunta y yo contestaba airosa en cada una de ellas, pero temiendo la magnitud de la siguiente pregunta, en cada ocasión.
Después de más de una hora jugando con los perros, nos fuimos a por el helado. Tomamos un camino a la salida del pueblo, y justo antes de que empezara a anochecer, me enseñaron las vistas desde lo alto de una colina.
Fue un atardecer muy agradable.
A la vuelta al hotel, le dije a Marcelo que al día siguiente proseguiría la marcha hacia Riobamba, donde empezaría mi aventura de ascenso al Chimborazo.
Enseguida me dio el nombre de un amigo suyo, que tenía un restaurante en esa ciudad, para que fuese a visitarlo, y que él me ayudaría a contratar una agencia segura para realizar la subida al Chimborazo.
Le agradecí muchísimo lo que estaba haciendo por mi. Ya llevaba muchos días fuera de casa, teniendo que pensar y decidir sola cada paso que daba, con la necesidad de tener los ojos bien abiertos a todas horas, y eso empezaba a pasarme factura. Así que estaba encantada con la idea que Marcelo me allanase el camino hacia mi siguiente aventura: el Chimborazo.
Esa noche no me apetecía cenar, y decidí ir al cine. Llevé conmigo a Martha, la hija de Marcelo. Me resultó tremendamente entrañable cuando me preguntó si podía darme la mano para ir por la calle. Cuando iba a contestar un: ¡Pues claro!, ya tenía bien agarrada mi mano.
Lo de ir al cine cuando viajo, es una actividad recurrente. Suelo hacerlo en casi todos los viajes. Me gusta ir al cine en el país que estoy visitando porque es una manera fácil de volver a recuperar la zona de confort, y de sentir que formo parte de esa sociedad. No recuerdo exactamente que película vi, pero si que recuerdo haberme hinchado a palomitas a pesar de no tener nada de hambre.
A la mañana siguiente me desperté muy temprano y desayuné con Marcelo. Al despedirnos me dijo cosas muy bonitas, tanto que llegaron a emocionarme. Me dijo que en dos días había llenado de alegría su hotel, que me admiraba porque hacía que las cosas pareciesen fáciles y que esa era ya, mi casa para siempre. Nos dimos un abrazo muy sentido y me entregó su tarjeta de contacto en la que aparecía un correo electrónico, al que escribí nada más regresar a España. Desde entonces, Marcelo y yo nos escribimos todas las Navidad y cada cumpleaños.
A día de hoy sigo conservando esa tarjeta como recuerdo especial de aquellos días, ya que no nos hicimos ninguna fotografía juntos.
Es curioso cómo personas con las que no has compartido especialmente muchos momentos, pueden llegar a calar profundo en tu corazón, formando parte de tu vida.
Satisfecha con mi paso por Latacunga, inicié mi camino hacia Riobamba, conocida como la cuna de la nacionalidad ecuatoriana, la sultana de los andes o el corazón de la patria. Es una hermosa tierra rodeada de montañas y nevados.
Busqué un lugar tranquilo y cómodo para dormir. Necesitaba un sitio donde pudiera descansar bien, y así estar preparada para la ascensión al Chimborazo. En esa ocasión no escatimaría con el precio. Una vez instalada fui en busca de Diego, el amigo de Marcelo, que tenía un restaurante en el centro histórico de Riobamba.
Diego ya sabía de mi existencia, porqué Marcelo le había hablado de mi, así que en cuanto llegué ya había una chica esperándome, Miriam. Me invitaron a comer con ellos y la chica me habló de su agencia.
Me preguntó si tenía experiencia en escalar montañas. Fui sincera con ella: No, prácticamente ninguna.
La verdad es que nunca había utilizado piolets y los crampones solamente una vez. Y para más inri, me daba vértigo la altura. Su cara fue de estupor. Aún así me animó a disfrutar de esa bonita experiencia, tanto si conseguía llegar a la cima como si no. Cerramos el precio en 200 euros. Se encargarían de darme el material para poder subir al Chimborazo, un guía para mi sola y poder dormir las noches que me hiciera falta en el refugio hasta sentirme totalmente aclimatada.
Después de la larga sobremesa con Diego y Miriam, nos despedimos y salí a pasear por Riobamba. Me gustó pasear por esa ciudad. A media tarde paré en una cafetería a probar las conocidas humitas (una pasta de maíz aliñada, envuelta en hojas de mazorca). Las había visto en Perú y también en Bolivia, pero no las había probado todavía, así que pensé que ese era un buen momento para hacerlo.
Seguí con el paseo, por unas calles tremendamente acogedoras, llenas de personas con cara afable y sonriente, hasta que finalmente, paré a cenar una buena ración de hidratos: una pizza, que me daría energía para hacer frente al gran esfuerzo que me esperaba. Después de la cena, fui al hostal, dejé todo preparado para el día siguiente y me tumbé a leer cosas relacionadas con la ascensión al Chimborazo, para recabar más información sobre el reto que iba a afrontar.
En la próxima historia te explicaré con detalle como fue exactamente esa ascensión al Chimborazo. Una de las experiencias más increíbles que he vivido jamás. No por lo que conseguí o dejé de conseguir, sino por el esfuerzo mental y físico que tuve que realizar ese día.