La he visto esta tarde subir por la carretera. paseaba del brazo de una señora enlutada, con el pelo blanquecino de canas anudado atrás en un moño. la verdad es que me ha costado trabajo reconocerla, pero era ella, era Azucena.

Azucena está ya un poco marchita, como esas rosas reventonas repletas de hojas que amarillean por las puntas, pero que aún huelen más, a pesar de haber perdido la esbeltez y la frescura. porque Azucena, esbeltez…no, siempre fue rechonchita, pero frescura sí la tuvo, la natural de la adolescencia y…la otra más descarada que la adquirió con el Lagarto.

Azucena conoció al Lagarto en unas fiestas del mes de septiembre en que los dieciséis años se enamoran fácilmente de los primeros pantalones vaqueros que se arriman con una cabeza rubia, un cubata y un pitillo. justo las herramientas que usaba el lagarto en esos menesteres.

Feliciano González se quedó con el Largarto porque en las horas de la siesta que disfrutábamos a escondidas, en las casas viejas, era el más rápido y eficaz cazador de estos bichos, por mucho que se escondieran entre las piedras y las retamas.

Azucena empezó bailando jotas aquella noche con el Lagarto en la plaza. al día siguiente supo lo que era un beso de pasión entre los juncos del río. y a la semana siguiente… ya lo sabía todo.

Al atardecer, se despedía orgullosa de sus amigas en las afueras del pueblo porque iba a venir su novio Félix a buscarla, que lo del Largarto a ella nunca le sonó bien.

Azucena empezó a sentir mareos extraños a los pocos meses.

   -Ha cogido frío, decía su madre. hace un tiempo tan raro, ¿verdad?

Cuando la barriga ya era un barril, Azucena, con el color borrado y los ojos empañados, dejó de salir a la calle y el Lagarto dejó de venir por el pueblo. dicen que su madre explicó a las comadres del barrio que, como su hijo era tan guapo, tan rubio, tan espigado, una pelandusca le había querido enganchar echándole la culpa de un roto.

   -¡Qué sabe dios quién se lo habrá hecho!

Isabelita nació en invierno. nació en la vieja casa de la esquina donde vivía Azucena, en la iglesia. y nació con la asistencia de don Isidro, el practicante y las palanganas de agua hirviendo que iba arrimando la que desde, entonces, iba a ser su abuela maría.

Aquella misma noche también tuvo cachorros la perra de mi tío Ángel y, casi sin destetar, nosotros nos trajimos uno a casa porque su padre, el Llop, un lobo con raza y pedigrí, era precioso. nosotros nos llevamos una hembra casi por equivocación, pero tenía los mismos ojos y el mismo color negro que el Llop.

El Lagarto no volvió a pisar por el pueblo. ni siquiera conoció a Isabelita a pesar de que el cura, me consta, intentó hablarle, convencerle y ponerle al corriente de la situación. pero no hubo forma. su madre, la señora Tomasa, se encaró una mañana con el párroco

    -No enrede, don Pedro, no enrede, que usted sabrá de descosidos pero no sabe de rotos, ¡y saber quién habrá hecho el roto pa que vaya a pagar ahora mi hijo!

Lo sabíamos todos, porque en cuanto pasaron dos años, la cara de Isabelita era una acusación cruel contra el Lagarto. el mismo pelo rubio y pajizo (Azucena era morena) los mismos ojos grandes, la boca chiquitita y la nariz respingona. apenas algún rasgo de Azucena. era como si la naturaleza, o la divinidad, hubiesen querido que la cara de Isabelita fuese la prueba palpable y esclarecedora de aquel roto….o descosido que decía la Tomasa.

A mi perra le pusimos de nombre Llopi, por llamarse su padre Llop, y se la llevó mi hermana aquel verano.

Azucena se marchó a servir a Madrid e Isabelita quedó con su abuela maría. El Lagarto continuaba de fiesta y de borrachera en borrachera, aunque otro roto o descosido, que esta vez sí reconoció su madre, le había hecho firmar un acta de matrimonio….por la iglesia, como Dios manda.

Un domingo, Isabelita se puso mala. una subida de temperatura, cosa de chicos. Pero Azucena se asustó y, como no tenían médico y el prácticamente estaba fuera, llevaron a Isabelita al pueblo de al lado, donde vivía el Lagarto. Fue la primera vez que la vio….y la conoció….¡Estoy seguro!

Estaban en la puerta del bar con una caña en la mano y el cigarro en la otra, la camisa desabrochada y unas gafas de sol. Azucena bajó del coche con Isabelita en brazos y preguntó dónde vivía el médico. El Lagarto se hizo el loco y uno de sus amigos contestó con la cabeza

   -Ahí enfrente

Esa tarde, mi hermana nos devolvió a Llopi. paseando por las eras nos encontramos al Llop. vino corriendo y olió a Llopi. los dos animales movían el rabo y se olisqueaban. Llop lanzaba gemidos de alegría y Llopi le seguía, corriendo detrás de él. era la primera vez que mi perra veía a su padre.

Hoy estoy seguro de que Azucena es consciente de la suerte que tuvo de que el Lagarto no quisiera reconocer aquel roto o descosido con un certificado de matrimonio. solo…solo me queda una duda, y es Isabelita, en el caso de que hubiera podido elegir ¿no habría preferido nacer….perra?