Braulio es perfecto para una caricatura, se diría que se lo dejó olvidado Walt Disney en alguno de sus vuelos fantásticos y alguna de sus sirenitas le dejó caer en este campo castellano, detrás de unas cuantas vacas, sucias y mal cuidadas, dicho sea de paso. Pero eso sí, las quiere…

   -¡Más que “to” las cosas, José!

   -¡Quiá!

   -Lo que yo te diga, José, “pa mí” la Amapola es como una hija

   -¡”Pos” es una vaca!

   -Te digo que como una hija, ¡coño!

Dudo que pase del metro sesenta, y no le echo más de cuarenta y cinco kilos. Los pantalones vaqueros se los quitará esta noche cuando acabe de aviar a las vacas y baje al bar a perder la partida, la caña y los veinte duros. Lo que no se quitará es la gorra de visera. Ni siquiera sé si tiene calva en la coronilla, siempre la lleva puesta y bien calada, hasta casi los ojos.

El tío Braulio suele parar en el mentidero, donde los viejos pasan la mañana sentados al sol, escuchando al Jaque hablar de la Feria de Sevilla y de los bien que han estado Luis Francisco Esplá y el Yiyo, y de cómo Manzanares no acaba de convencerle. Los otros escuchan atentos, porque eso es verdad, el tío Jaque ha estado en la Feria de Sevilla. Se va todos los años con la Inés a casa de unas amistades, pero también saben que las mentiras vendrán luego, cuando les digan cómo eran los toros y cómo uno que estuvo a punto de darle un disgusto a Esplá el recordaba a otro que mató él cuando tenía veinte año, en no sé qué pueblo.

A todo esto aparece Braulio, por la carretera, con una carretilla en la que lleva tres paquetes de alpacas. Siempre el mismo recorrido, a la misma hora y la misma cantidad de alpacas. ¿De dónde las traerá? Es algo que nunca he averiguado.

El Jaque empezaba a aburrir al personal porque de la faena de Esplá se había ido a la suya con un toro parecido en el año 32 y, con la garrotita, que hacía de muleta, simulaba el pase perfecto. Fue al volverse cuando vio al tío

-¡Coño, Braulio! ¿Brauliooooo!

Y ya todos empezaban a llamarle:

   -¡Brauliooooo! ¡Braulioooo!

Pero el tío Braulio a lo suyo: carretilla, carretera y alpacas pasito a pasito. Cuando llegaba a la altura de los jardines donde los viejos estaban sentados en los bancos del mentidero de nuevo todos empezaban a llamarle. El tío Jaque, con sombrero, chaleco ajustado y levantando la garrota señalándole con ella, le imponía más atención.

   -¡Buenos días, Braulio!

Le saluda teatralmente

Y el tío Braulio empujando la carretilla

   -¡”Güenos” días!

   -Ven un poco a charlar con los amigos

   -No, que tengo prisa

Y entonces todos empezaban a convencerle a coro:

   -¡Venga, Braulio!

   -¡Anda que no tienes tiempo!

   -Pero si no paras en “tol” día…

A todo esto, Braulio había soltado la carretilla y se estaba secando el sudor de la cara con el dorso de la mano. Había sacado un pitillo y lo estaba encendiendo.

El tío Jaque se había adelantado unos metros hacía él.

   -Anda, ven, que dicen éstos que no has sido lince tú pa los negocios

Y Braulio, ya totalmente convencido:

   -Güeno, pero en lo que echo el pitillo, ¿eh?, que tengo mucho que hacer

Estos viejos, como los niños, mezclan en dosis parecidas la ternura con la crueldad y, cuando necesitan diversión y la tienen cerca no escamotean esa crueldad.

   -Pues les decía yo a éstos….que has sido un lince para los negocios

   -Hombre, mu lince, mu lince…

   -Nada, Braulio, no me digas que no, acuérdate cuando lo de la cabra.

Los viejos retorcidos de risa por dentro, serios por fuera:

   -¡La cabra…! ¿Qué cabra…? ¡Ah! ¡Ya sé! Jo, jo, jo

   -¡Cómo me engañaste bribón!

Y el tío Braulio, mordiendo el cigarro con una risita ignorante:

   -¡Anda!, Cuéntaselo a éstos (le animaba el Jaque)

   -¡Quiá!

Y el tío Jaque:

   -Fijaros qué lince (los otros habían oído la misma historia mil veces). Tenía una finquita ahí arriba, un cachito que no valía para nada porque no lo tenía ni labrao, y se me antojó a mí un día y le dije: “Oye Braulio, ¿quieres venderme ese cachito del cruce?”. Y él me dijo. “Te lo cambio por las ovejas que tienes en La Laguna”. Yo tenía pastando en La Laguna veinte ovejas y una cabra, y claro, le dije: ¡Coño Braulio!, no seas abusón, ¡sí son cuatro retamas que no valen ná! Y él, erre que erre, que si no era por las ovejas de La Laguna que no me lo daba.

Los viejos ya no se tenían y apenas si podían contener la risa viendo al tío Braulio orgulloso, recostando la cabeza sobre las manos y éstas sobre el garrote, escuchando embobado cómo contaban una historia en la que él era el protagonista. Entonces se reía, echaba otra calada al pitillo y les quiñaba un ojo a los viejos.

   -¡Nos ha jodido!, me iba yo a dejar engañar por éste (señalando al Jaque)

Pero el Jaque seguía:

   -Pues después de mucho discutir me dio la finca, ¡pero se llevó las veinte ovejas!

Y el tío Cano enseguida saltaba

   -¿Y la cabra….quién se llevó la cabra?

Y el tío Braulio, agachando la cabeza, descargando la ceniza de su pitillo, decía:

   -¡Ésa se la regalé, a mí no me gusta abusar!

El tío Braulio volvía a su carretilla y a sus alpacas emprendiendo la cuesta calle arriba, mientras el mentidero disfrutaba alborozado el rato de risa que habían pasado. Aun antes de doblas la esquina hasta llegar a sus soportaleras donde le esperaban sus vacas encendía otro pitillo, se rascaba el cogote y pensaba:

   -“Pos” tampoco creo yo que le timase al Jaque, el cachito era bien majo

Y cogiendo de nuevo la carretilla decía

   -Y si no, que no se meta a negociero, ¡coño!