Por Laura Vázquez

Después de 15 días recorriendo Perú,  llegaba el momento de seguir camino hacia Bolivia. En Perú aún quedaban muchísimos lugares interesantes para visitar y conocer. Pero miraba el calendario y debía distribuir bien los días que me quedaban de vacaciones.

También es verdad que una de las ventajas de viajar sola, era que podía organizar mi tiempo de la manera que más me conviniese, así que como el cuerpo me pedía Bolivia, puse rumbo a Bolivia.

Llegué a Puno, una ciudad del sur de Perú junto al lago Titicaca, con la única intención de tomar allí otro autobús que me llevase hasta Copacabana para poder coger ahí una lancha hasta Isla del Sol, una isla en medio del Lago Titicaca que se extiende por la frontera entre Perú y Bolivia, en la cordillera de los Andes y que es uno de los lagos más grandes de Sudamérica. Recuerdo el reflejo brillante de sus aguas, mirase donde mirase, y una sensación de calma y tranquilidad absoluta al contemplarlas.

Isla del Sol. Un lugar muy recomendable para hacer una parada si se viaja con tiempo. Un sitio tranquilo y calmado, que logra transportarte atrás en el tiempo.

Isla del Sol es la isla más grande del Lago Titicaca y se encuentra a unos 4.000 metros de altitud.

Aunque había muchísimos lugares donde alojarse, todos ellos con un encanto especial, yo me alojé al sur de la isla. Fue la sonrisa deslumbrante de una niña de 5 años en la entrada de una puerta azul, la que hizo que me acabase quedando en ese hostal.

Allí pasaría la noche.

No soy muy amiga de comer pescado, pero esa noche comí una trucha, recién pescada del lago Titicaca. No sabría decir si su sabor era sensacional o no, pero las vistas y la energía del lugar hicieron que me pareciese la mejor trucha del mundo.

Mi habitación era pequeña pero acogedora, y lo mejor … desde la ventana, pude disfrutar de unas maravillosas vistas del lago. No recuerdo el precio exacto, pero sé que fue mucho más caro de lo que estaba acostumbrada a pagar por una noche de hospedaje. Tampoco me importó en absoluto. Lo valía y era lo que me apetecía en ese momento.

Pude disfrutar del amanecer desde la cama, cargándome de buena energía desde el primer minuto del día.

Por la mañana visité la isla de sur a norte, pasando por las distintas comunidades. No siempre es posible. En Isla del Sol conviven tres comunidades: Yumani (sur), Challa (centro) y Challapampa (norte) de origen quitxua y aimara con vestimentas de colores vivos. Estas comunidades están en conflicto principalmente por temas económicos relacionados con el turismo, así es que en ocasiones la comunidad situada al norte impide que se pueda acceder a la zona centro o sur.

Después de esa caminata preciosa y relajada, visité la Isla de la Luna, tomando una lancha desde el puerto de Isla del Sol. Es la segunda isla sagrada de los incas y se llama así porque la leyenda cuenta que fue allí donde los Viracocha ordenaron a la Luna alzarse en el cielo.

Al regresar a Copacabana, el puerto del lago Titicaca del lado de Bolivia, empezaría mi gran odisea para poder llegar a La Paz.

Ya en mis primeros días de viaje en Perú, presencié en Lima algunas manifestaciones por parte de los profesores. Manifestaciones que colapsaban las calles y distorsionaban el día a día de la vida cotidiana de sus ciudadanos. Esa ola de manifestaciones llegó también a Bolivia y a Ecuador.

Me di cuenta cuando llegué a Puno, en el momento en que un señor me avisó y me dijo que si quería cruzar la frontera para llegar a Copacabana, en Bolivia, me aconsejaba que lo hiciese de inmediato porque en breve empezarían a cerrar fronteras.

Pues precisamente, dos días después, el día en el que intentaba llegar hasta La Paz, después de mi visita a Isla del Sol, hubo una fuerte revuelta en todo el país. Se cebaron especialmente en puntos estratégicos como las carreteras fronterizas y los puntos de conexión con el centro de la capital.

Para empezar, la salida del autobús que cogí en Copacabana dirección La Paz, tuvo un retraso de 3 horas. Debía salir a las 13:30h y salió a las 16:30h.

Era un autobús repleto de turistas. No encontré otra manera de poder salir de allí, así que me pareció una opción perfecta. El autobús estaba lleno de europeos, y la única que hablaba español, aparte del conductor y su asistente, era yo.

Para que os hagáis a la idea, entre esas dos ciudades hay 145 km, que en circunstancias normales se recorrerían en unas 4 horas. Pues bien, tardamos aproximadamente 10 horas en llegar a La Paz.

Tuvimos que recorrer carreteras secundarias para poder acercarnos hasta La Paz.

Además, para añadir más emoción, a media tarde se puso a llover de manera torrencial.

Justo cuando ya pensábamos que el peor tramo estaba hecho, pasando por unos caminos llenos de barro y lodo, el autobús se quedó atascado en las ruedas de atrás.

Mientras 40 jóvenes turistas empujábamos el autobús para poder desatascarlo del barro, aparecieron dos jeeps 4×4 con un montón de hombres que bajaron de la parte de atrás.  Lejos de bajarse a ayudarnos, lo que hicieron fue amenazarnos con palos y barras de hierro diciéndonos que no podíamos seguir el paso y que volviésemos de donde veníamos, porque no nos iban a dejar acceder a la ciudad. Debíamos respetar que era tiempo de revolución.

Se trataba de piquetes que salían a la calle y a las carreteras para impedir que la gente circulase por el país libremente, con la finalidad de conseguir un parón económico, cosa que le pondría las cosas más difíciles a Evo Morales.

En esa época, el año 2017, Evo Morales llevaba 11 años en el poder, que habían significado una profunda marca de división y polarización en Bolivia. Lo que en antaño fuera una promesa de inclusión, rápidamente se había convertido en una estrategia política en la que la confrontación de bolivianos, procedentes de diversos grupos étnicos y regiones, sería una receta para abusar del poder y concentrarlo en el Ejecutivo.

Estábamos en un momento en el que se acusaba a Evo Morales de perseguir a aquellos que pensaban diferente, se daba impunidad a los corruptos, se gobernaba para unos pocos atados al sistema y comenzaba a imperar el deseo de imponer políticas rechazadas por la gran mayoría del pueblo boliviano.

Esas manifestaciones habían empezado por las quejas de los profesores, pero a esas alturas, ya se habían añadido otros sectores (conformando la gran mayoría del pueblo boliviano e incluyendo grupos indígenas), que estaban en contra de la construcción de la carretera de 360 kilómetros por Territorio Indígena, el Parque Isidoro Sécure (TIPNIS).

Como os decía, los hombres que bajaron de los coches, después de amenazarnos con sus barras de hierro, empezaron a dar golpes al autobús y todos los turistas europeos nos echamos a un lado, invadidos por el miedo y el estupor.  Reconozco que al saber español y entender mejor lo que estaba sucediendo, mi cara no era tan de desconcierto como la cara que tenían los demás turistas europeos.

Sinceramente, ¡pasamos muchísimo miedo!

Todo sucedió muy rápido. Pero de repente, el conductor del autobús, que hasta ese momento me pareció tener un carácter más bien dócil, al ver que el autobús estaba sufriendo daños por los golpes propinados por aquellos hombres, decidió encararse a uno de ellos (tal vez por su cabeza pasase la idea de que él sería el único responsable de los desperfectos ocasionados).

Viendo su valentía, su asistente y yo nos miramos e instintivamente dimos un paso al frente y nos pusimos a su lado para encararnos también a ellos.

De repente, sin darme ni cuenta, empecé a hablar y a gesticular (una cosa muy propia de mi, siempre que hablo, pero especialmente en una situación de nervios como aquella) y se hizo el silencio.

No recuerdo exactamente qué es lo que les dije. Pero creo que abrí el corazón y les expliqué cuál era nuestra situación como turistas. Les pedí que se pusieran en nuestro lugar, que comprendieran que no es que nosotros quisiéramos boicotear la huelga, que ni tan siquiera sabíamos que había huelga cuando llegamos a Bolivia y que nuestra única intención era llegar a nuestro alojamiento en la capital (añado a día de hoy: sanos y salvos a poder ser…).

Vamos, ya veis…, no les dije absolutamente nada del otro mundo y no sé si fue eso lo que les hizo parar, pero la cuestión es que no solo pararon al momento de golpear el autobús y de gritar, sino que acabaron ayudándonos a sacar el autobús del barro, con la ayuda de un cable y su 4×4.

Fue un sin sentido.

Al subir de nuevo al autobús el conductor me dijo muy serio un: muchas gracias chica.

Por fin, después de esa odisea, de madrugada, llegábamos a La Paz. Siendo esas horas, y después del ajetreado trayecto que tuvimos, el conductor decidió dejarnos uno por uno en nuestros respectivos alojamientos, en vez de dejarnos en la estación de autobuses.

Como os comenté en alguna entrega anterior, había quedado con un chico llamado Rodrigo, que había conocido mi último día en Cuzco (Perú), que nos reencontraríamos en La Paz, concretamente en el hostel Loki; un hostel de la misma cadena que en el que estuve alojada en Cuzco días atrás.

Me metí en la cama, en mi habitación compartida con 9 personas más (donde pagaba 6 euros por noche) y me quedé dormida en un segundo. Me desperté 8 horas más tarde. El ruido de los demás ocupantes de la habitación a primera hora de la mañana, no habían podido con mi sueño.

Cuando me desperecé, decidí levantarme para poner el móvil a cargar, ya que la noche anterior, no tuve ni fuerza para hacerlo. Justo cuando estaba enchufando el cargador a la corriente, un chico salía del baño que compartíamos en la habitación. Era Rodrigo!!!

Nos habíamos reencontrado después de unos días y sería mi compañero de viaje hasta abandonar Bolivia.

Nos miramos, nos sonreímos y nos dimos un abrazo. Rodrigo me preguntó: oye, ¿te ha costado llegar hasta La Paz con esto de las manifestaciones? Le sonreí y le dije, luego te cuento.

Después de una ducha reparadora salimos a pasear por las calles de La Paz, que aun seguían inmersas en su revolución. Tal vez por eso la imagen que me llevé de vuelta a casa sobre ese país fue de caos, desorden y atraso.

Aún así, sigo diciendo que Bolivia es un país precioso para conocer.

Subir al Teleférico, visitar sus mercados, probar la cocina local, perderse en el casco colonial, asomarse a los miradores, son algunas de las cosas que no deberíamos perdernos en nuestra visita a La Paz.

Eso sí, deberás superar los dos grandes males de esa ciudad para poder disfrutarla: el mal de altura (ciudad a más de 4000 metros) y su caótico tráfico (debido a las calles infectadas de innumerables vans o minibuses).

Cruzar una de sus calles masificadas de esas vans, es una experiencia curiosa. Comprobar que por mucho que creas que vas a ser atropellado, el vehículo siempre frenará a tiempo, quedándose a un palmo de tu pierna, es alucinante. Ni a un centímetro más ni a un centímetro menos. A pesar de ese caos, el claxon se escucha raramente. Las veces que se escucha es, porque una de las vans, avisa de su presencia para que el peatón que está esperando en la calle, sepa que es su turno para subirse al vehículo.

Andando por sus calles te das cuenta que no hay casi espacio para los peatones. Las calles repletas de vans, y las aceras, de los artículos que se venden en las “cholas” (puestecitos de venta ambulante). En resumen: si eres peatón, no te pares, ¡siempre en movimiento!

Eso sí, no esperes demasiadas sonrisas en Bolivia. No son muy afables con los turistas.

Bolivia, sin salida al mar, es probablemente el país más aislado de América del Sur, y quizá sea por eso que tienen un fuerte carácter muy suyo.

Posee una gran diversidad cultural y todavía existen muchos pueblos indígenas. Aproximadamente un tercio de la población pertenece a una de las etnias originarias, siendo las que cuentan con mayor población la quechua y la aymara. Junto con el castellano, el quechua y el aymara son las lenguas más habladas. Pero en Bolivia, se reconocen un total de 37 lenguas diferentes.

Sobre su cocina, os diré que se puede encontrar pollo frito a todas horas en todos los lugares. Es el plato estrella del país. Riquísimas estaban las salteñas (empanadas de caldo de pollo, patata, cebolla y aceitunas). La comida de Bolivia es tan diversa como sus gentes.

Además, Bolivia es un país realmente barato.

Después de recorrer las calles de La Paz, junto con Rodrigo, decidimos organizar el plan para los siguientes días.

Teníamos en mente hacer el descenso de la Carretera de la Muerte en bicicleta, ir al Amazonas y visitar, como no, el Salar de Uyuni.

Al día siguiente iniciamos el descenso en bicicleta por la carretera de la muerte. Se llama así porqué hace unos años solo existía ese camino para ir desde La Paz hasta Corocio. Este es un camino sin asfaltar y muy estrecho por el que circulaban coches, camiones y autobuses en ambos sentidos y claro, había muchísimos accidentes y moría mucha gente en ellos. A día de hoy esa carretera ya no se utiliza para que circulen vehículos y básicamente solo la utilizan los turistas para hacer estos descensos en bicicleta.

Salimos a las 7:30 de la mañana de La Paz y en dos horas estábamos ya en la carretera de la muerte. Allí empezaríamos el descenso en La Cumbre, desde 4700 metros de altitud hasta llegar a Yolosa a 1200 metros de altitud. Atravesamos ríos, cascadas, vegetación exuberante, valles y montañas andinas durante las 4:30 horas que dura el descenso.

Muy importante, no tomarse esa excursión como una competición con los demás sino como un disfrute de la naturaleza.

Fue un día de adrenalina y risas. A las 19 horas llegábamos de vuelta a La Paz.

Me puse a mirar con Rodrigo cómo podríamos ir hasta el Amazonas, que era una cosa que teníamos pendiente hacer. Podía haberlo hecho también en Perú pero había leído que la parte amazónica de Bolivia también era muy bonita de visitar. Y de repente nos encontramos con los inconvenientes de trasladarnos hasta allí debido a las manifestaciones, que hacía que tuviéramos que estar en La Paz por 2 o 3 días más. Así que pensamos en un cambio de planes, y decidimos dejar la visita al Amazonas para otro momento y dirigirnos hacia el Salar de Uyuni.

Claro que quería visitar el Amazonas pero no quería perder dos días allí parada, y pensé que siempre podría visitar el Amazonas en Ecuador que sería mi destino unos días después.

Rodrigo iría al Amazonas después de visitar el Salar, ya que todavía le quedaban bastantes días de viaje por Bolivia.

Así que contratamos un tour para visitar el Salar de Uyuni. Y en eso si que no hay posibilidad de hacerlo por tu cuenta. Bueno tal vez si, pero teniendo mucho tiempo, mucho sentido de la orientación y pasando muchísimo frío. Así que nada de escatimar dinero por esa vez. Y sí, a día de hoy, repetiría otra vez haciéndolo con un tour contratado. El precio, unos 120 euros por un tour de 3 días, con todo incluido.

Las imágenes del Salar de Uyuni hablan por sí solas… os las iré mostrando a continuación.

Su inmensidad te permite jugar con la perspectiva para tomar fotos divertidas.

En función de la época del año en que lo visites, podrás ver el efecto espejo (enero o febrero). No fue mi caso, ya que yo lo visité en agosto. Pero me pareció igualmente alucinante y las vistas al amanecer y al anochecer se me quedaron grabadas en la retina para siempre.

El Salar de Uyuni se encuentra en la parte sur de Bolivia, y hace miles de años era un profundo lago que se fue secando debido a un clima cada vez más seco y cálido.

La superficie se compone de varias capas de sal y se calcula que su profundidad es de 120 metros. Se estima que cuenta con 10.000 millones de toneladas de sal. También cuenta con la mayor reserva de litio del planeta, con 21 millones de toneladas.

Rodrigo y yo haríamos un circuito de 3 días por el salar, junto a 3 chicas francesas que conocimos en Uyuni esa misma mañana justo antes de empezar el tour.

La primera parada fue el cementerio de trenes, un lugar al aire libre en el que se han ido acumulando trenes y locomotoras, abandonados desde finales del siglo XIX. Y después de visitar la comunidad indígena de Colchani nos adentramos en el Salar de Uyuni, el desierto salado más grande del mundo, a más de 3.600 metros de altitud sobre el nivel del mar. Visitamos también un hotel de sal. Sí, chupé en una pared cuando pensaba que nadie me veía para comprobar que era de sal… yo creo que todo el mundo lo hace una vez está allí.

¡Un comportamiento muy normal ante un hotel de sal!

Después de comer en un tenderete improvisado por nuestro conductor, visitamos la isla Incahuasi, donde podríamos ver cactus enormes, de hasta 10 metros de altura.

Por la noche dormiríamos en una humilde casa, donde recuerdo haber pasado muchísimo frío. Es cierto que nos avisaron que sería recomendable llevar un saco de dormir, pero…no lo hicimos así que nos tocó pasar frío. No pude ducharme. Ni la primera noche ni la segunda. ¡¡Hacía muuucho fríoooooo!!

El segundo día visitamos el Salar de Chiguana y después la Reserva Nacional Eduardo Abaroa, ya dejando atrás el salar y disfrutando de numerosas y preciosas lagunas y desiertos. Visitamos las lagunas de Cañapa, Colorada y Hedionda, que cuentan con unos vecinos muy especiales, los flamencos rosados.

A continuación, pasamos por el Desierto Siloli, donde pudimos contemplar el conocido Árbol de Piedra y finalmente pararíamos en la zona de los geiseres, donde veríamos salir una mezcla de agua caliente y vapor a toda velocidad y alcanzando varios metros de altura.

Descansamos, por la noche, en un lugar donde, igual que la noche anterior, el frío también atravesaba las paredes y nuestros huesos.

 

Y tras el amanecer en nuestro tercer día, pusimos rumbo hacia el Desierto de Salvador Dalí.  Después hacia Laguna Verde y Laguna Blanca, y pararíamos en unas aguas termales, acabando el viaje en la frontera de Chile. Desde allí, las chicas francesas seguirían su camino por Chile, y Rodrigo volvería otra vez hacia La Paz para poder seguir sus días de viaje por allí e ir al Amazonas.

Nuevamente volví a encontrarme sola, en la frontera entre Bolivia y Chile, de camino a San Pedro de Atacama en Chile, donde estaría un par de días visitando la zona, disfrutando de desiertos, geiseres, volcanes, …. Y como no, visitando el fantástico Valle de la Luna, un paraje desértico ubicado en el desierto de Atacama.

Desde San Pedro de Atacama fui hacia la frontera de Chile (Arica) con Perú (Tacna) para tomar un autobús con destino a Lima, donde visitaría a la familia que me acogió un par de días en su casa (tal y como os conté) unas semanas antes cuando estaba recién llegada de España.

Y de Lima, hacia Ecuador, también en autobús; una buena paliza. Pero mucho más económico que coger aviones. El autobús me llevó hasta Guayaquil, una ciudad muy insegura, desde donde tomaría un avión hacia GALÁPAGOS, donde además de vivir un aviso de sunami, por fin podría bucear y ver a los tiburones martillo.

Pero eso os lo cuento en la próxima historia!