De camino a Ecuador, atravesando todo Perú en autobús, tuve bastantes horas para pensar. Tal vez demasiadas.

Hice un balance de las semanas anteriores. Llevaba la mitad del viaje, y en pocos días había vivido tantas cosas, tantas experiencias… las había compartido con mis padres y con un par de amistades de las buenas, a las que no puedes ni quieres dejar de explicarles todo aquello que te va sucediendo, siendo consciente que nunca puede ser lo mismo vivir una cosa, que explicarla.

Viajando, aprendí a dejar que las cosas fluyeran. Me di cuenta que, tener las cosas planificadas no te asegura que vayan a suceder tal y como tenías en mente, y además descubrí que muchas de las cosas que te suceden son mucho mejor si no sabías que iban a suceder así.

Después de 25 días no había tenido ningún altercado, ni de salud ni de seguridad. ¿Qué más podía pedir?

Después de muchas horas en autobús, llegué a Guayaquil, siendo noche cerrada, y me instalé en el Hostal Madrid. Fui allí por recomendación de una pareja que conocí cuando estuve en San Pedro de Atacama en Chile. Caro, muy caro para el presupuesto que tenía planificado. Me costó 22 euros la noche … ruina total… Está claro que algo no hice bien en esa ocasión…Normalmente destinaba 6 o 7 euros a dormir y esta vez estaba triplicando el presupuesto.

Ahora lo pienso fríamente, y no es que viajase así de mochilera solo por un tema económico; lo hacía así por el tipo de experiencias que podía vivir viajando de esa manera.

En momentos anteriores del viaje había llegado a regatear hasta 20 céntimos …y ahora iba a pagar 22 euros por una habitación, que en realidad no valía ese precio… me parecía que estaba tirando el dinero.

Finalmente decidí no darle más vueltas, y borrarlo de mi mente para poder seguir disfrutando del viaje.

Pagar 22 euros por una habitación, significaba que podría disfrutar de una serie de comodidades de las que hasta ese momento no había podido disfrutar como el tener una habitación individual para mí sola, y la verdad, después de tantos días durmiendo en habitaciones con otras personas, agradecí un poco esa intimidad y tranquilidad.

Al llegar a la habitación, solté la mochila encima de la cama, me duché y busqué un sitio en el que cenar algo.

Esa noche había muchísima gente por la calle. Estaban televisando un partido de fútbol en las televisiones de los bares.

Era tarde, cené un bocadillo en una de esas franquicias instaladas alrededor del mundo, y como no me gustó demasiado el ambiente en las calles a esas horas de la noche, decidí volver al hotel.

Consideré que por el precio que había pagado, debía amortizar la habitación. Compré una cerveza bien fría y subí a la terraza del hostal, donde se encontraban los ordenadores. Estaba completamente sola.

Aproveché a conectarme esa noche. No tenía nada de sueño y me quedé durante horas mirando cosas varias en internet. Una de ellas: mirar pisos de alquiler en Barcelona.

Estábamos a comienzos de septiembre, y hacía unos meses que se me había pasado por la cabeza la idea de cambiar de ciudad, y trasladarme a Barcelona, para estar más cerca de mi lugar de trabajo. Vivía en la localidad de Figueres y eso era más de 1 hora diaria de camino hasta llegar al trabajo. Mi previsión era empezar a buscar un piso hacia el mes de octubre, para hacer el traslado en noviembre. Esa noche miré pisos, solo para tantear, y para comenzar a ver las opciones del mercado. Y cuál fue mi sorpresa, cuando vi uno que encajaba totalmente en lo que estaba buscando. Así que esa misma noche empecé a hacer los trámites y gracias a las excelentes gestiones de un amigo y de mis padres, al regresar del viaje, el 25 de septiembre, estaría haciendo el traslado al nuevo piso. Sí…. sin haberlo visto personalmente. Pero la verdad es que todo me salió bastante bien.

Esa noche me fui a dormir con la sensación de haberme sacado un peso de encima.

A la mañana siguiente me desperté temprano para aprovechar el día, a pesar de haber pasado la noche pegada al ordenador, hasta bastante avanzada la madrugada. Salí a conocer la ciudad, empezando directamente por el Malecón, un lugar turístico. Conocí el Barrio de las Peñas, el área bohemia de Guayaquil; un lugar que concentra mucho arte y en el que muchas personas aristócratas vivieron durante años. Y también visité el mercado artesanal, el jardín botánico y el cerro Santa Ana, uno de los puntos emblemáticos por las vistas que se ven desde ahí.

Ese día hice también una excepción en el viaje: comí una pizza en un Telepizza…. Si… después de 25 días de viaje, me apetecía algo que no fuese comida local. Algo más internacional, y lo resolví entrando en un Telepizza y pidiendo una pizza con doble ración de queso! Qué bien me supo esa pizza!!

La segunda noche volví a los ordenadores. Guayaquil de día me parecía una ciudad amable, pero por la noche no acababa de encontrarme del todo segura, caminando sola por sus calles, y pensé que sería preferible, y más sensato si me quedaba en el hostal. Esta vez busqué información sobre Galápagos, dado que, al día siguiente, temprano por la mañana, salía mi vuelo hacia Baltra, la isla donde se encontraba el aeropuerto en Galápagos.

Quedaba un día para ir a Galápagos y aún no lo acababa de creer. Siempre pensé que nunca podría viajar a un sitio así, debido al presupuesto reducido en mis viajes. Pero bueno… finalmente, pude hacerlo. No a un precio desorbitado, aunque tampoco a un precio de mochilera obviamente, pero si a un precio accesible para mi. Reconozco que esa parte del viaje fue mi ruina, en comparación con el resto del viaje.

Lo más caro, con diferencia, fueron los billetes de avión (540 dólares ida y vuelta) y el traslado de una isla a otra (50 dólares por trayecto). Y bueno, … importante no olvidar las tasas para entrar a las islas (100 dólares). Dormir no fue tan caro. Pude encontrar habitación individual por 20 dólares en las 3 islas en las que estuve.

Esos días, en las Galápagos, era como hacer un viaje completamente diferente al que había estado haciendo hasta ese momento. Pero…valió la pena.

Las islas Galápagos son un archipiélago volcánico del océano Pacífico. Se trata de una de las provincias de Ecuador y se encuentra a unos 1000km desde sus costas. Las Galápagos son conocidas por la diversidad de especies animales y vegetales, muchas de ellas, exclusivas.

Están conformadas por 13 islas grandes con una superficie mayor a 10km2, 9 islas medianas con una superficie que va de 1km2 a 10km2 y otros 107 islotes de pequeño tamaño. En función de lo que quieras ver y la época del año en que vayas, debes visitar una isla u otra.

Mucha gente cuanto visita esas islas, lo hace a través de un crucero, o si son amantes del buceo, haciendo un “vida a bordo” (subirte a un barco y dedicar el mayor número de horas posible al día a bucear, recorriendo el mayor número de islas posible. Suena fantástico, pero no sería lo que yo podría hacer). A mi la economía no me daba para eso, por tanto me conformé con visitar las islas por mi cuenta, ¡que no era poco!

Estuve en Galápagos una semana. Y en esos días visité 3 islas: Santa Cruz, San Cristóbal e Isabela.

Al bajar del avión en Baltra, tomé un autobús directo hasta la isla Santa Cruz. Nada más llegar, pude disfrutar de la esencia de Galápagos, ver las focas marinas por las calles, que me acompañaban allá donde fuera. Suena a broma… pero realmente es así. Parecen transeúntes caminando por sus calles, a sus anchas… como si la vía pública también fuera de ellas.

En Baltra me alojé en un pequeño hostal que tenía servicio de bicicletas. Me pareció increíble que cuando fui a alquilar una bicicleta, le pedí al chico del hostal, Milton, un candado y me dijo que no hacía falta, que allí nunca nadie robaba. Mi mente no daba crédito. En España es impensable dejar una bicicleta en mitad de la calle sin miedo a que te la roben. Le pregunté: ¿me estás diciendo que puedo ir en bici hasta la playa, dejarla a las afueras de la playa, en la zona de aparcamiento, sin ponerle el candado, y que cuándo me vaya de la playa la bicicleta seguirá estando allí?

Respuesta del chico, acompañada de una enorme sonrisa: Hombre, ¡pues claro Laura!

Así que, eso es lo que hice.

Milton me avisó de que podía ir hasta la playa en bicicleta perfectamente pero que cuando pasase por una zona determinada de la isla, se pondría a llover muy fuerte pero que cuando llegase a la zona de la playa ya estaría completamente seca. Y así fue!!! A mitad de camino visité un centro de tortugas. Paré justo cuando comenzó a llover torrencialmente. 

En ese centro pude ver tortugas gigantes, de esas tan grandes que no podrías ni abrazar.

Llegué a la playa y dejé la bicicleta haciendo caso a Milton, pero con miedo a que me la robasen. En la playa encontré una familia muy extensa y amable y me invitaron a comer con ellos. Justo después de comer empezó a diluviar de nuevo y la familia, que iban repartidos en varios coches, me ofreció llevarme de vuelta hasta mi hostal, tanto a mi como a mi bicicleta, que seguía allí, en el aparcamiento sin que nadie la hubiese tocado en todo el día.

Al llegar al hostal ya no llovía así que disfruté de un agradable paseo por la isla de Santa Cruz.

Al día siguiente haría mi primer buceo en Galápagos. ¡Fue increíble..!

Después de dos días en Santa Cruz, en los que pude disfrutar de las vistas de la playa Tortuga Bay, Las Grietas y la Playa de los Alemanes, la Estación Charles Darwin y su playa, tomé una lancha hasta la isla de San Cristóbal. Fui hasta esa isla con una sola intención: bucear y ver a los tiburones martillos. Básicamente, había ido a Galápagos para eso. Y en San Cristóbal lo podría hacer.

Me saqué el título de buceo en Indonesia, mi primer viaje como mochilera que hice en 2013, junto con otros 3 chicos. En ese primer viaje descubrí muchísimas cosas. Entre ellas, que el mar es un lugar fantástico donde zambullirse, relajarse y pensar.

Allí, en Indonesia saqué el título Open Water Diver, que es el título básico, que te permite bucear hasta los 18 metros.

En Colombia, un año después conseguí el Advance, un título con el que puedes sumergirte hasta los 30 metros de profundidad.

Así que allí estaba, nada más y nada menos que en las Islas Galápagos, a punto de ver de frente al tiburón martillo. Esa era mi ilusión. Los que buceamos sabemos que el mar no es un escaparate montado a tu antojo y que lo que puedas ver un día, tal vez al día siguiente no logres verlo. Cada día es diferente bajo el mar. Es más, cada instante es diferente bajo el mar.

Cada inmersión en Galápagos costaba unos 75 dólares, hice un total de 3 inmersiones, así que … lo dicho…Galápagos fue mi ruina … Pero una ruina tan dulce….

El agua estaba congelada y turbia, ya que los días anteriores a mi llegada a Galápagos, había llovido bastante. Bucee con dos neoprenos. Uno corto, y encima el largo. Para la segunda inmersión pedí además una capucha para la cabeza, porque sentía que se me congelaba el cerebro…Siempre fui muy friolera, pero es que aquel agua, ¡estaba tan fría…!

El lugar por excelencia en Isla San Cristóbal para ver a los tiburones martillos, era Kicker Rock o el León Dormido. Un buen refugio para los lobos marinos, tortugas, rayas y tiburones martillo.

Si, lo reconozco, me encanta bucear… y ese día volví a tocar con los dedos la Felicidad…

Una de las cosas más bonitas que he hecho en mi vida ha sido bailar con los lobos marinos bajo el agua en esas aguas del Pacífico… llevar una bombona de oxígeno te permite, respetando siempre las distancias para no estresar a los animales, ponerte a su lado, contemplarlos e imitarlos.

Bucear te ayuda a relajar todos los sentidos. Entras en contacto directo con el medio y te aíslas de cualquier distracción, hasta el punto de escuchar únicamente el sonido de tu propia respiración.

Para más inri, ese día pude contemplar los tiburones martillo. Te quedas sin aire solo verlos de lejos … y cuando ves que se acercan… ¡parece que a uno se le para el corazón!

Y si el mismo día, en la misma inmersión que duraría unos 45 minutos, tienes la suerte de verte completamente rodeada de peces, te da la sensación de estar en medio de un tornado marino, entonces es inevitable pensar… Madre mía…. ¡La suerte está de mi lado, una vez más!!

Cuando ves todas esas imágenes bajo el agua y no puedes ni tan siguiera decir en voz alta: Cuánta belleza… ¿Cómo se expresa esa felicidad debajo del agua? Sientes que tus pulsaciones se aceleran y al momento piensas que no es bueno, que vas a consumir mucho aire debido a ese momento de plena satisfacción y alegría. Entonces intentas calmarte y la manera de soltar adrenalina es, dejar que los ojos se te desorbiten.

Cuando acabas esas inmersiones, te quitas el equipo de buceo y subes de nuevo al barco, solo puedes sentir Satisfacción y Felicidad. Y aunque no tengas a quien sonreír o a quien abrazar en ese momento para compartir lo vivido, te da igual …miras hacia el horizonte y sonríes, sin más.

Recuerdo que mientras sonreía hacia el horizonte, se me acercó el instructor preguntándome qué tal había ido la experiencia. ¡Mírame la cara! le contesté. ¡Estaba exultante, feliz!

Además de la inolvidable experiencia del buceo, en San Cristóbal pude visitar la playa de La Lobería, en la que los leones marinos y sus crías campan a sus anchas, dejándose querer y fotografiar por los visitantes, la Isla Lobos donde se puede nadar con los lobos marinos. Finalmente, visité también Puerto Chino, una de las playas más bonitas de Galápagos y en la que está permitido acampar.

Pasaría mis dos últimos días en la Isla Isabela. Para ir hasta allí cogí una avioneta.

Si, un gasto más… pero quería aprovechar al máximo mis días en Galápagos.

Isabela es la isla más virgen de las islas habitadas. Sería como regresar al Galápagos de hace 20 años. Es la isla más alta y grande del archipiélago, con 5 de sus 6 volcanes todavía activos.

Para mi opinión sería la isla más auténtica de las islas habitadas de Galápagos.

Para recorrer la isla, es buena la idea de alquilar una bicicleta. Hice una excursión de todo un día recorriéndome la isla, en la que pude ver playas preciosas, flamencos, garzas y una zona de cría de iguanas.

Al día siguiente pagaría 90 dólares por una excursión a Los Túneles. Si, 90 euros, pero madre mía …. vi cosas que jamás en la vida había visto y cosas que además, nunca he vuelto a ver en ningún otro lugar. El agua en esa zona era extremadamente clara y pude ver decenas de enormes tortugas marinas pasando por debajo de mi, mantas raya doradas y cientos de especies de peces tropicales. Incluso vi caballitos de mar.

En Isabela me habían dicho que podía llegar a ver orcas en el Pacífico.

Y siiiii, ¡las vi!

¡Todo me estaba saliendo redondo! Imposible haber imaginado que iba a poder ver todo eso en tan solo una semana.

La última noche que dormí en Isabela, me fui temprano al hostal. A las 6 de la mañana salía mi lancha hasta la isla de Baltra donde tomaría un avión hasta Guayaquil.

Bueno, pues dejé la mochila preparada y a las 22 me metí en la cama. Estaba leyendo cuando de repente sonó el móvil. Era un whatsapp en el chat que tenía con mis padres, en el que mi padre me explicaba que había habido un terremoto en México de escala 8.8. Mi respuesta fue la de: ah vale papa, yo estoy en Galápagos. México me queda muy lejos, no te preocupes que estoy bien. A continuación, mi padre me decía: hija, que hay riesgo de sunami justo en la isla en la que estás.

Yo estaba … ¡alucinando …! Mi padre a miles de kilómetros diciéndome que habría un sunami en la isla en la que estaba, y yo sin enterarme … no entendía nada …

La verdad, me parecía una exageración por parte de mis padres, pero justo en ese momento recibí también un whatsapp de Milton, el chico que conocí en la Isla Santa Cruz, que me mandaba un mensaje de capitanía diciendo que efectivamente venía un sunami por la costa de Isabela, que fuese a la parte más alta de la isla.

En ese momento salí y hablé con el chico de la recepción, que en seguida me dijo que ahora mismo iban a avisarme de que alistara las cosas, porque estaban preparando el coche que me trasladaría hasta la parte más alta de la isla.

Empecé a ver mucho movimiento de personas y coches. Nervios y gente que cargaba con mantas y bidones de agua.

De repente todos los coches de la isla se movilizaron, transportando a gente de la parte baja de la isla hasta la zona más alta. Estuvimos allí durante toda la noche, hasta que a las 5 de la mañana nos dijeron que todo había pasado y que ya podíamos volver a nuestros alojamientos.

Nos explicaron que había habido 2 olas. Una a las 3:30 y otra a las 4:15. Ninguna de las dos superaba los 2 metros. Así que si, hubo un sunami, pero muy muy débil.

La verdad, pensé en cómo la naturaleza hace y deshace sin avisar. Y pensé en la suerte que había tenido de que aquel sunami quedase en tan solo un susto de dos olas de no más de 2 metros.

En ese momento mi gran duda era si a las 6 de la mañana, es decir, una hora más tarde, la lancha que tenía que coger para llegar al vuelo de Baltra, saldría al mar a tiempo.

Una vez que había visto que no había ocurrido nada grave, lo que a mi me interesaba era saber si podía coger la lancha para llegar a tiempo de coger el avión de Baltra a Guayaquil.

El chico de la recepción de mi hostal me acompañó hasta el puerto, donde el capitán de la lancha me confirmó que saldríamos a la hora prevista.

Al final todo quedó en un susto.

Todavía, a día de hoy, me sorprende que mis padres desde tan lejos supieran antes que yo, que había un aviso de sunami en la isla en la que estaba. Así que se confirma … ¡los padres siempre lo saben todo!!!

Durante el vuelo hasta Guayaquil, ya una vez tranquila en el asiento del avión pensé en lo mal que lo debieron pasar mis padres pensando que iba a llegar un sunami fuerte justo en la isla en la que se encontraba su hija…

Después, mientras me iba adormilando plácidamente, reflexioné sobre todas las cosas fantásticas que había vivido esa semana y pensé que, si haciéndolo por mi cuenta había sido fascinante, cómo de increíble sería viajar a Galápagos haciendo un “Vida a Bordo”, recorriendo las diferentes islas en un barco y conociendo las diferentes especies que habitan en ellas…

Finalmente, llegué a Guayaquil y de allí, ya hacia Quito, la capital de Ecuador. Esa vez encontré un billete de avión barato, por lo que pude ahorrarme las 7 horas que había entre las dos ciudades si lo hubiese recorrido en autobús.

Llegaba ya a la última parte del viaje. Y no por ser la última parte, sería menos intensa.

En el próximo capítulo os cuento mi ascenso al Chimborazo (6.200m) donde celebré mi 36avo cumpleaños, y muchas otras aventuras que me pasaron en esa etapa final del viaje.

Quién me iba a decir a mi, que tener el valor de coger una mochila y salir sola a conocer mundo (una vez más), superando mis miedos e inseguridades, iba a tener como recompensa, esa cantidad de cosas buenas y bonitas de las que estaba disfrutando a lo largo del viaje.