Por Laura Vázquez
Se acercaba Semana Santa y todavía no había decidido dónde iba a hacer mi siguiente viaje.
Una compañera de trabajo, conocedora de mi pasión por viajar, me habló de una chica que había viajado sola por Irán y estaba muy contenta de su experiencia. La verdad, no me había planteado visitar Irán en ningún momento, pero me picó la curiosidad y al día siguiente, ya tenía mi billete de avión a Teherán comprado. Uno de los momentos en los que siempre sentí adrenalina era cuando le daba al botón de Aceptar al comprar un billete de avión y esa vez, no fue diferente.
Solo serían 14 días, pero tiempo suficiente para llevarme una primera impresión de un país totalmente desconocido para mí.
Anteriormente había estado en países como Egipto, Túnez o Marruecos, pero tenía la sensación de que no se iba a parecer en nada a esos países. Y así fue.
Había leído algunas cosas sobre Irán antes de ir de viaje.
Por ejemplo, que debía calcular el dinero que necesitaría para todo el viaje, ya que allí no podría sacar dinero de ningún cajero. Si, parece mentira, pero en ese lugar del planeta las tarjetas de crédito extranjeras no funcionan. Calculé 25 euros por día para el viaje y añadí 50 euros más por si surgía algún imprevisto o alguna emergencia, así es que me fui con 400 euros para pasar los 14 días en Irán. En ese cálculo ya daba por hecho que alguno de esos días acabaría durmiendo en casa de alguien, ya que un amigo que estuvo en Irán me habló a fondo sobre su extrema hospitalidad.
También sabía que debía estar mentalizada para llevar el pañuelo en la cabeza durante toda la estancia allí. Eso era innegociable, era así por ley, no por creencia. Así que sí o sí, en los lugares públicos, no me lo podría quitar y en los lugares privados debía tener el consentimiento de los que estuviesen allí conmigo. Siempre he pensado que allá donde fueras, haz lo que vieras. Así que esta vez, igual.
Finalmente, había leído que para entrar a Irán necesitaría un visado especial que podía sacar en el mismo aeropuerto y que para obtenerlo te exigían un seguro médico que especificase claramente que era válido para Irán. Yo me presenté en Irán sin el mencionado seguro médico. Me negaba a pagar por un seguro médico cuando en España ya estaba pagando por uno… ahora me doy cuenta de que mi razonamiento no tenía ningún sentido… Pero en ese momento solo era capaz de ver que ese seguro costaba unos 15-20 euros…el presupuesto para un día entero en Irán.
Recuerdo especialmente la llegada a Irán, donde me sorprendió que nada más aterrizar, justo antes de que se abrieran las puertas del avión, empecé a ver movimiento entre las mujeres. Todas ellas se estaban colocando el hiyab en la cabeza. Hice lo mismo que ellas y entendí que a partir de aquel momento, esa prenda de vestir iba a ser mi permanente compañera de viaje.
Así pues, llegué al aeropuerto sin seguro médico.
Después de una breve escala en Atenas, llegué a las 4h de la madrugada al aeropuerto de Teherán y el señor que me atendió inicialmente me invitó amablemente a esperar hasta las 7h de la mañana, hora en la que abría la oficina que me gestionaría el correspondiente seguro médico, ya que no lo llevaba desde España.
En ese momento me arrepentí y mucho, de la tontuna de presentarme allí sin ese seguro, sabiendo que era imprescindible para entrar al país…
Entonces, el señor me preguntó dónde me iba a quedar a dormir y le dije que no tenía ninguna reserva hecha. Me preguntó si me dirigía a Teherán y yo le dije que aún no lo sabía, que estaba acabando de decidir si iba a Teherán o a Isfahán. Eso en vez de mejorar las cosas, lo empeoró y no paraba de hacerme pregunta tras pregunta. Le parecía como increíble que estuviera allí plantada diciéndole que había ido a Irán de turismo pero que no tenía ningún plan de viaje concreto. Entonces le enseñé una foto en el móvil de un mapa de Irán en el que tenía marcadas las ciudades que me gustaría visitar y la distancia que había entre ellas. Eso era realmente lo único que llevaba en relación a la planificación del viaje. Su cara parecía un poema… Yo sinceramente no entendía que era lo que él no podía comprender porque a mi me resultaba lo más normal del mundo.
Con pocos turistas coincidí en mi vuelo. Un par de parejas, también mochileras, pero que parecían llevar el viaje bastante más organizado que yo…
Las expectativas no parecían muy buenas, pero decidí hablar con un segundo hombre (el hombre del bigote), poniendo en práctica algunas bonitas palabras en farsi aprendidas durante el trayecto de avión gracias a la chica que tenía al lado (amigo, gracias y Irán bonito país). No sé cual era la función de ese hombre allí, y a día de hoy sigo teniendo la sensación de que apareció allí únicamente para resolver mis problemas para entrar a Irán.
La verdad es que cuando la gente ve que viajas sola de manera desenfadada, con una sonrisa de oreja a oreja, todo el mundo se vuelca en ayudarte.
Le enseñé al hombre amable del bigote un pantallazo del móvil de una conversación que tenía guardada con un chico iraní, amigo de un amigo mío español, en la que me decía que, si quería, en cuanto llegase al aeropuerto de Teherán, él venía a por mi y me podía quedar en su casa.
Gracias a eso, conseguí que me dejaran entrar a Irán.
El tema del seguro médico inexplicablemente quedó en el limbo y después de unos minutos de hablar los dos hombres entre sí, me devolvieron el pasaporte y me dijeron que en unos minutos ya podría salir del aeropuerto con mi visado en regla.
Pues… ¡¡qué suerte la mía!!
Perfecto, ya estaba en Irán. Y a las 4 de la madrugada debía decidir hacia dónde ir. Finalmente me decanté por no visitar en ese momento Teherán (lo dejaría para la vuelta) y decidí coger un autobús camino a Isfahán.
El transporte público en Irán es más que correcto, las carreteras están en buen estado y además por unos precios muy asequibles.
En esa estación de autobuses me obsequiaron con mi primer té. Sería el primero de las decenas de tés que llegué a tomar en ese viaje. Y eso que a mi… no me gusta el té….
En 6 horas llegaba a Isfahán y ahí si…empezaba la aventura…
Al llegar a Isfahán fui directamente a la plaza Naqsh-e Jahan, la Plaza Real, una de las plazas más grandes del mundo, la más grande de Irán. Está rodeada de dos impresionantes mezquitas, un palacio, y la entrada al gran bazar de Isfahán.
Tenía varios prejuicios cuando pensaba en Irán. Lo asociaba al color negro. Negro por el color del chador de las mujeres, por el caviar, el negro del petróleo. Pero luego te das cuenta de que es todo lo contrario, Irán es diversidad de colores, en los bazares, en las calles, en la ropa y en lo brillante de los ojos de cada uno de sus habitantes.
La Plaza Real es color…mucho color. Destaca el azul turquesa de los azulejos de las mezquitas.
Recuerdo perfectamente que había muchísima gente. Para mi sorpresa, porque no esperaba ese gentío en las calles. Caminando a lo largo y ancho de la plaza, sentados en reunión con la familia, comiendo en los jardines de la plaza, …
Horas después descubrí que estaban celebrando esos días el año nuevo (Noruz) en Irán y por eso me encontré en medio de un ambiente festivo. Los iranís, durante los 13 días que duran las fiestas, viajan y aprovechan para hacer visitas a familiares y amigos recorriendo el país. Estábamos concretamente a 10 de enero de 1397. Sí, sí, repito, ¡¡10 de enero de 1397!! Para que nos entendamos, el día 21 de marzo de 2018 allí era 1 Favardin de 1397. El primer día del año de ellos es el primer día de la primavera nuestra, justo en el momento del equinoccio. En el calendario persa tienen seis meses con 31 días, los siguientes 5 meses con 30 días y el último mes con 29 o 30 según sea un año bisiesto o no. El día que Ali (el chico del que os hablaré en breve), me lo estuvo explicando me hizo mucha gracia, ya que muchas veces damos por hecho que en todas partes las cosas son tal y como las vivimos en nuestra casa, y no es así para nada.
Nada más entrar a la plaza cerré los ojos y me dejé envolver por ese olor tan característico de Irán. Irán, especialmente Isfahán y Shiraz, huele a una mezcla de azahar, jazmín imperial, té y especias. Irán también huele a hospitalidad y simpatía.
De repente, te vuelves a ver sola, en un nuevo país, con tu ligera mochila a las espaldas y se te escapa la sonrisa tonta, esa que aparece cada vez que te sientes inmensamente afortunada y feliz en la vida por algo… y es curioso, porqué ahora, justo ahora, recordándolo, también se me escapa esa sonrisa…
Y te das cuenta de que llevas allí sola dos minutos contemplando a tu alrededor, sintiéndote invisible en medio de la muchedumbre, disfrutando de esa sensación de insignificancia, cuando de repente, la gente se te empieza a acercar, te paran amablemente, te hablan, te invitan a sus casas a comer, a dormir, a practicar ingles, a explicarles cómo se vive fuera de sus fronteras. Y sin más, te sientes como en casa, te sientes segura.
Enseguida me di cuenta de que la imagen que empecé a tener de ese país estaba a años luz de lo que había estado viendo en los medios de comunicación. Hay que tener en cuenta que Irán es una dictadura islámica con normas y leyes muy estrictas que afectan a todos sus habitantes, pero principalmente a las mujeres, en su día a día, ya sea en las imposiciones en su vestimenta o su estilo de vida. Pero ya sabemos que en muchas ocasiones una cosa es lo que quiere el gobierno y otra lo que quiere la población, que al fin y al cabo son los primeros perjudicados en toda esta situación.
Las mujeres de Irán me parecieron extremadamente guapas. También curiosas y divertidas. Muestran una cercanía que enamora y te hacen sentir integrada desde el primer momento. Siempre me acababan diciendo que ojalá ellas algún día pudiesen hacer lo mismo que hacía yo fuera de su país.
Me sorprendió la cantidad de personas que se operan la nariz en Irán. Al principio pensé que tal vez había ocurrido algún accidente en la ciudad porque veía a mucha gente, especialmente jóvenes (chicos y chicas) con la nariz vendada. Después, preguntando, me dijeron con toda normalidad que allí casi todo el mundo que puede se opera la nariz.
Después de pasear varias horas por la plaza y el bazar y por las calles de alrededor, decidí meterme en un bar con la finalidad de conseguir wifi, pensando en el estado mental de mis padres a los que no les había dicho que estaba todo bien en mi primer contacto con Irán. Yo estaba muy bien y muy relajada pero claro, ellos eran de los que asociaban Irán con peligro.
Pregunté en varios bares, pero nadie tenía internet, así es que al final entré en un bar que me parecía un poco más “pijo”, el Gran Wien Café, cerca de la Plaza Real, muy acogedor y perfectamente decorado. Antes de sentarme pregunté si tenían wifi y tras recibir un sí, me senté y pedí lo más barato que vi en la carta (exceptuando el café que no me gusta), un zumo.
Sí, lo más barato, ¡como siempre!
Les pedí la clave de wifi pero no funcionaba. En ese momento pensé que había malgastado el dinero porque había pedido un zumo con la única finalidad de conseguir internet… El camarero que parecía muy simpático y que hablaba un inglés perfecto, me dijo que si quería podía utilizar los datos de su móvil, que él me compartía su internet sin problema.
Encontré una red wifi que se llamaba Lenovo y conseguí internet. Me levanté a darle las gracias al chico, diciéndole un efusivo ¡Thank you Lenovo!… se puso a reír a carcajadas diciéndome que él no se llamaba Lenovo, que Lenovo era la marca de su móvil, que él se llamaba Ali. Esa simple tontería, ese malentendido gracioso, hizo que mi viaje fuese como fue.
Estuve un rato hablando con ellos y finalmente le pedí consejo a él y a su jefe (otro chico joven, Amin) sobre dónde podría dormir por esa zona que fuese bueno, bonito y barato y me aconsejaron un par de sitios no muy lejos de allí. Salí del bar y unos segundos más tarde apareció Ali por detrás llamándome. Me contó que los padres de su jefe Amin tenían un bloque de pisos y que la planta baja la tenían ahora mismo vacía y me ofreció ocuparla durante mi estancia en su ciudad.
Durante unos segundos dudé, pensando dónde podía estar la trampa o el peligro, pero me dejé llevar por mi intuición (seguramente la aptitud que más desarrollé durante todos mis viajes) y le dije que encantada.
Nos fuimos los dos para el piso, me lo enseñó, me dejó prestada una bicicleta y me dijo que podía ir con ellos al bar a comer y cenar todos los días que quisiera.
Mis expectativas eran dormir en un hostel con habitaciones compartidas como hago siempre que viajo, así que ese piso me pareció un palacio.
Respecto a la comida en Irán, me sorprendió la inexistencia de puestos callejeros de comida, eso sí, existen un montón de restaurantes con comida casera por todas partes. Si comía en un lugar de esos, pasaba con 2 euros sobradamente.
Ali me ayudó a comprar una tarjeta para el teléfono, ya que cuando vi que iba a dormir en una casa particular en la que no tenían wifi, pensé que a lo mejor a mis padres les daba un síncope si no recibían noticias mías periódicamente. El gobierno iraní había decidido hacía 10 días restringir la venta de tarjetas de móviles a los extranjeros. El motivo no lo supe, o no lo entendí. Así que Ali me hizo todas las gestiones. Me compró una tarjeta a su nombre, e incluso días más tarde cuando ya no estaba con él en su ciudad, me recargó la tarjeta a distancia para que tuviese saldo en el móvil durante todo el viaje.
Ali me contó las prohibiciones y restricciones que viven a diario. Por ejemplo, que no pueden escuchar música en los bares, no pueden beber alcohol, no pueden bailar en la calle, están prohibidas las películas de Hollywood y no pueden navegar por internet con total normalidad.
Eso si, también me di cuenta de que como en muchos otros lugares del mundo, el hecho de que una cosa esté prohibida no quiere decir que no te busques la vida para poder hacerlo, aunque sea de manera ilegal…
Hubo una noche que quedé con Ali y Amin en el bar hacia las 22h para cenar juntos allí. Recuerdo que me di una ducha antes de salir de casa y con el pelo mojado salí a la calle. De repente empecé a escuchar muchos pitidos de los coches. Me sorprendía porque durante los días anteriores eso no había sucedido…
5 minutos más tarde me di cuenta de que había salido de casa sin el pañuelo en la cabeza… despiste… un pequeño despiste. Volví a casa a ponerme el pañuelo. Existe la policía de la moral que le llaman allí, que si ven que no vas “correctamente vestido” vienen y te dan un toque de atención. Y es que en Irán si no llevas el hiyab, vas a la cárcel. Sin más. Lo más curioso es que antes de la aparición de Jomeini, en 1979, las mujeres en Irán iban vestidas como en Occidente. Pero la Revolución Islámica acabó con más de 2.500 años de monarquía y nacía un nuevo sistema de gobierno controlado por el clero que obligaba a las mujeres a llevar ropas holgadas y llevar la cabeza tapada en lugares públicos.
En mis días en Isfahán, Ali y Amin me hicieron los días muy amenos y me acompañaron a visitar los lugares más bonitos e interesantes de la ciudad. Nunca me dejaron pagar nada y siempre me ayudaron en todo desinteresadamente. Creo que es el único viaje en el que volví a casa con el presupuesto para el viaje sin agotar.
Este viaje no había hecho más que empezar, y mi primera ciudad visitada, Isfahán, me dejó buen sabor de boca. Aprendí bastante de la represión que viven, su manera de pensar y sus tradiciones, así que las expectativas por el resto de viaje fueron aumentando por momentos.
Amin y Ali me explicaron muchísimas cosas sobre su país. En sus palabras podía sentir la nostalgia y la rabia a la vez, cuando me contaban las muchas cosas que les gustaría poder cambiar de su día a día.
Me parecía injusta la visión que tenemos desde el resto del mundo de un país como Irán al que desgraciadamente asociamos con el terrorismo y el miedo.
Hablamos sobre Jomeini y Khamenei, de las leyes religiosas impuestas, presentes en cada uno de los rincones del país.
Con lo que me explicaron Ali y Amin entendí que no son árabes, que son persas, pero que no toda la población en Irán es persa. Lo es la mitad de la población, pero también hay kurdos, azeríes, turkmenos, luros, baluchis y árabes (aunque solo un 2%).
Llegué a la conclusión de que en Irán no le podía decir a un persa que es árabe, ni a un azerí que es kurdo, ni a un kurdo que es persa. Aprendí a preguntar y además comprobé que les encanta que les preguntes, que hagas todas las preguntas que tengas que hacer para entender qué y cómo viven allí. Preguntar para entender que Irán es un lindo país gobernado por gente incorrecta.
Amin parecía más conformista, pero Ali es un chico muy inquieto, con una inteligencia por encima de muchos. Habla idiomas, toca varios instrumentos, canta, trabaja de lo que haga falta y me explicó una noche en un bar del barrio cristiano de Irán en el que había un mapa gigante de la antigua Persia, que su sueño era poder viajar a Estados Unidos. Miró el mapa, me miró a mi, me cogió la mano y me dijo con los ojos como platos…
- Laura, ¡algún día voy a ir a los Estados Unidos de América!
- ¡Seguro!, le contesté yo, mientras le apretaba la mano y le sonreía.
Muchas de esas conversaciones me dieron mucho que pensar, y no puede evitar sentirme afortunada por haber nacido donde he nacido.
Muy pronto os hago llegar la segunda entrega de este precioso viaje a Irán recorriendo ciudades como Yadz, Shiraz o Kermanshah, donde me volví a reunir con Ali y conocí a su tío. Allí la suerte, siguió estando de mi lado, una vez más.