En la primera parte de este artículo sobre Irán, os hablé sobre mi llegada a este precioso país y mi estancia en la ciudad de Isfahán, de la mano de Ali y Amin, tras conocernos de manera fortuita en un bar.

Después de tres días intensos, me fui de Isfahán y me dirigí a Yazd, a unos 250 kilómetros al sureste de Isfahán, en un autobús cómodo y repleto de familias alegres que ponían fin a sus vacaciones por la celebración del cambio de año.

En Yazd, ciudad rodeada de desiertos, me volvieron a sorprender las mezquitas con sus azulejos color turquesa, especialmente la mezquita de Jameh, la cual puede ser vista desde cualquier punto del casco antiguo de la ciudad ya que es la que tiene los minaretes más altos del país. También me fascinaron las perfectas construcciones de barro y todavía me acuerdo de haber comido allí el mejor kebab del mundo.

Disfruté de la soledad, de caminar sin rumbo fijo, de las tímidas, pero alegres sonrisas de sus ciudadanos, y de observarlo absolutamente todo como aquél que disfruta mirando una gran obra maestra en el Museo del Prado.

Yazd, una ciudad de unos 500.000 habitantes donde recuerdo haber presenciado una puesta de sol espectacular, en la que los últimos rayos de sol del día se reflejaban en el color anaranjado de las casas, está considerada una de las ciudades más antiguas del mundo mejor conservada.

Y con las pilas cargadas de calma, de Yazd puse rumbo a Shiraz.

Nada más llegar encontré un bonito, barato y acogedor hotel, con una habitación pequeña pero muy confortable, en una zona céntrica de la ciudad.

El chico del hotel que me atendió en la recepción se ofreció a enseñarme la ciudad, pero amablemente decliné su invitación. Me apetecía especialmente estar sola en esa ocasión.

Shiraz, significa León Furioso; al parecer en la zona había leones asiáticos hasta los años 60. Esta ciudad también me encantó. Es un lugar relajado y fácil de visitar. La gente me pareció todavía más alegre que en las otras ciudades y se respiraba un ambiente de pura tranquilidad.

Pude caminar por las calles, entre la gente, disfrutando una vez más de los colores, los aromas y los bailes típicos de la zona. Destacaría la visita al bazar, a la ciudadela y a la mezquita de Nas-al-Monk, también conocida como la mezquita rosa por el color de sus azulejos.

Sin duda, Shiraz es una ciudad jardín, llena de naranjos. Así que la mezcla del olor a los naranjos junto con el olor del azahar, en ese mes de abril, era una auténtica delicia.

Después de mi corta visita por Shiraz, tenía planificado ir hacia el sur (tal y como os mostré en el mapa que publiqué en la primera parte de este artículo), pero finalmente cambié la ruta por recomendación de Ali y fui hacia el oeste, concretamente a Kermanshah, a unos 120 kilómetros de Irak, donde Ali tenía familia y donde nos volveríamos a reencontrar.

Me disponía a tomar un autobús para ir hacia Kermanshah, pero cuando llegué a la estación de autobuses de Shiraz, decidí preguntar para ir a Persépolis antes, ya que estaba relativamente cerca, a unos 70 kilómetros, y me pareció que no podía dejar escapar la posibilidad de visitar la Ciudad de Persia, actualmente Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Persépolis fue una de las ciudades más prominentes del Imperio Aqueménida, hasta que Alejandro Magno la redujo a escombros en el año 330 a.C. Actualmente encontramos allí las ruinas de Persépolis.

Pregunté en las taquillas y me dijeron que el autobús hacia Persépolis ya había salido. Sí, seguramente si lo hubiese pensado el día anterior, habría contratado un tour organizado o me hubiese informado antes del horario del autobús y lo hubiese tenido mucho más fácil. Pero la cuestión es que no lo había hecho así y ahora tocaba improvisar. De repente, el chico de la taquilla me dijo que, si quería, un amigo suyo me podía llevar con su coche pagando lo que sería el equivalente a 7 dólares, y de esa manera estaría a tiempo de visitar Persépolis y estar de vuelta a la hora que salía mi autobús hacia Kermanshah. Me pareció un plan excelente, así que después de pensarlo unos segundos, nos pusimos en ruta.

Yo siempre tuve una teoría, ya desde mi primer viaje sola a Colombia en el año 2014, y es que hay que diferenciar entre las personas que se te acercan ofreciéndote algo sin que tu hayas pedido nada y las personas que, de manera natural y espontánea, después de acercarte, te ofrecen su ayuda. En el primer caso, ¡huye! No sé si es una buena o mala teoría, pero es la que siempre llevé a cabo…

Bueno, pues en este caso, fui yo la que me acerqué y después de ver en los días previos que en Irán la gente era tan hospitalaria, y que está mal visto no tratar bien a los turistas, me subí al coche contenta con mi suerte una vez más…

Lo que pasaría a continuación sería… digamos que esperpéntico…

Como te contaba, el amigo del chico de la taquilla me llevó amablemente a Persépolis. Me invitó a quitarme el pañuelo dentro del coche y me puso música persa durante todo el camino, la cual me encantó.

Visité las ruinas, el señor conductor se ofreció a pagar la entrada a las ruinas, quiso entrar conmigo y fue muy amable y correcto.
No me sorprendía ese comportamiento porque era el que había recibido por parte de todas las personas con las que había tenido trato en Irán hasta ese momento.

Todo iba de fábula hasta que… con tanta alegría y tanta naturalidad, el señor se vino arriba y… a 20 minutos de llegar de vuelta a la ciudad de Shiraz, empecé a ver que el individuo, que llevaba una túnica azul, empezaba a realizar movimientos sospechosos debajo de ella. Al principio pensé: ¡Ay Laura, que no, que te lo parece, pero no es así…! Pero…si si…. Estaba sentada en el sitio del copiloto y lo estaba viendo perfectamente… El señor había decidido que era un muy buen momento para masturbarse. Yo no daba crédito a tanto descaro…así que, de repente, pensé qué era lo mejor que podía hacer en ese momento, teniendo en cuenta que el coche estaba en marcha, que nos encontrábamos a las afueras de la ciudad, que estábamos solos y que yo no tenía ganas de presenciar el fin de esa escenita…. agggrrrrrrrr….

Pensaba que eso tenía que acabar ya y a la vez prefería estar más cerca de la ciudad por si al hombre se le iba la cabeza y decidía parar con el coche en algún lugar …

Así que, suplicándole interiormente al ser superior, que ese hombre no se desatase del todo en ese momento, en cuanto vi a lo lejos la ciudad y vi casas a los lados de la carretera, opté por ponerme estupenda y hablarle mucho y rápido. Me hice la indignada y le dije básicamente: Pero guarro…, pedazo de guarro, que no ves que te estoy viendo? Pero qué haces? Para ya hombre, déjalo ya! Madre mía, lo recuerdo perfectamente….

De repente el señor sintió como una vergüenza máxima y desistió de sus movimientos bajo la túnica. Agachó la cabeza y puso una cara de ¡tierra trágame!

Igual el señor creía que yo no me iba a dar cuenta de nada de todo eso…pero, en qué momento….

Seguramente todo sucedió relativamente rápido, pero a mi se me hizo una eternidad…

La estación se encontraba a las afueras de la ciudad, así que en cuanto reconocí donde estaba, le dije: ¡PÁRATE AQUÍ! Él ni idea de español, pero supongo que el lenguaje de los gestos es internacional y entendió que me debía dejar ahí en ese preciso instante.

Abrí la puerta del coche, me bajé y cerré la puerta de un portazo. No, no le pagué los 7 dólares acordados.

Estaba aún un poco lejos de la estación, y no tenía demasiado tiempo para llegar allí, ya que quedaba media hora para que saliese el bus hacia Kermanshah. Así que aceleré el paso camino a la estación de autobuses. Creo que hasta me vino bien tener que correr un poco en ese momento.

Al llegar a la estación, el chico de la taquilla me preguntó, un poco acelerado, porque yo llegaba muy justa de tiempo, si todo había ido bien y si me había gustado Persépolis y seguidamente me indicó el bus, que estaba fuera esperando mi llegada para poder arrancar.

Si si, todo bien, todo bien, le dije. En ese momento, estaba más pendiente de no llegar tarde, que de lo que acababa de suceder en el coche.

Creo que, si eso me hubiese pasado años antes, sin la experiencia de haber viajado anteriormente por muchos otros países, habría reaccionado diferente, con más miedo seguramente. No sé exactamente como, pero desde luego, no con tanta determinación como lo hice en esta ocasión.

Luego lo pensé, y tal vez no debía haberme quitado el hiyab de la cabeza, aunque él me dijese que podía. Soy una persona alegre y risueña y nunca pensé que eso podía ocasionar algún problema. Ali me contó días después, que allí no están demasiado acostumbrados a ver el cabello de las mujeres y que es una parte del cuerpo que les llama muchísimo la atención…

Pero vamos… que jamás en la vida hubiese pensado que quitarme el pañuelo de la cabeza y cantar alguna canción en el coche podía incitar a nadie a hacer lo que hizo el señor de la túnica.

Obviamente, esa anécdota no se la expliqué a nadie de mi familia, ni a amigos ni conocidos, ya que no quería que tuvieran una idea distorsionada de lo que estaba viviendo en realidad en ese país.

Después de 8 horas en bus, llegaría a Kermanshah, donde un día más tarde me reuniría con Ali, el chico que había conocido en Isfahán. Íbamos a dormir en casa de su tío, pero necesitaba buscar un lugar para dormir esa primera noche.

Llegué de madrugada a Kermanshah y como hago siempre que viajo sola, no me moví de la estación hasta que se hizo de día.
A pesar de que había dormido bastante bien en el bus nocturno de Shiraz a Kermanshah, era muy temprano y estaba un poco cansada y tenía ganas de buscar un lugar en condiciones donde descansar un rato antes de salir a visitar la ciudad. Así que fui en busca de un sitio para dormir.

Yo no me oriento muy bien y siempre que viajo llevo descargada la aplicación Maps Me, una especie de Google Maps pero que no requiere conexión a internet. Llevaba más de 40 minutos caminando por una carretera interminable convencida de que iba por el buen camino, cuando de repente, se paró un coche blanco (como el 80% de los coches en Irán), al lado, con un chico joven que lo conducía. Su nombre, Pedram. Le brillaban los ojos de alegría e ilusión.

Me preguntó en un inglés muy muy básico dónde iba y si necesitaba ayuda. Tenía mucho calor y estaba un poquito hartita de caminar, pero con la cosa esa de que eres mochilera, no quise ni parar a un taxi para que me llevara en busca de un sitio donde dormir…

Le dije que iba al centro y él me indicaba que no… que el centro era exactamente hacia la otra dirección. Oh no… desandar todo lo andado… noooooo…..

Si, por lo que parece, en ese momento ya se me había olvidado la mala experiencia del día anterior con el señor de la túnica…

Así que si…me subí en su coche, me dijo que tenía que ir a recoger a su abuela a no sé donde y que, si quería, que me llevaba a su casa, que su madre cocinaba muy bien, que me daría de comer y que después por la tarde él me enseñaría la ciudad.

Una vez más, me dejé llevar por lo que iba sucediendo, así que acabé en casa de Pedram con su madre, su padre y su hermana, la cual aprovechó para depilarme las cejas con hilo. Si, esa técnica para depilarse sé que existe en España pero yo nunca lo había hecho así. Desde entonces soy muy fan del hilo!

  

Por la tarde Pedram me llevó a visitar la ciudad y a conocer a sus amigos. Primero recorrimos el centro, con calles interminables de tiendecitas y después estuvimos un par de horas reunidos con sus amigos fumando cachimba y de ahí a casa de la familia de Pedram a dormir. Fueron encantadores conmigo. No hablaban apenas nada de inglés, pero no nos hizo ni falta para disfrutar de un día agradable. La verdad es que al padre no le oí ni la voz, pero no paraba de sonreír y asentir con la cabeza.

Al día siguiente por la tarde apareció Ali en Kermanshah y me presentó a su tío. Me enseñaron las vistas desde lo alto de la ciudad y me llevaron a su casa. Una casa humilde, con un salón-comedor-cocina, una habitación y un baño minúsculo, en la que no me faltó de nada. Me costaba mucho recordar el nombre del tío de Ali, así es que, acordamos que lo llamaría Ramón, y con ese nombre se quedó!!

A la hora de ir a dormir, ellos durmieron en el comedor y yo en la única habitación que tenía la casa, donde podías encontrar un poco de todo, eso sí, ningún colchón, como en ninguna de las casas en las que había dormido hasta el momento.

Estaba muy cansada y se me cerraban los ojos, pero justo antes de dormirme pensé… ¿y si estos dos hombres entran ahora en la habitación a hacerme “una visitilla? Al fin y al cabo… yo no los conozco tanto, y nadie sabe que estoy aquí ahora…

Mientras acababa de pensar esa última frase, me quedé profundamente dormida, en la cama, un suelo enmoquetado que olía un poco a todo, pero que a mi me pareció la mejor cama del mundo esa noche.

Amanecimos y me llevaron a una montaña cercana a la ciudad, un lugar donde se respiraba aire puro, y de ahí a visitar unas cuevas, cerca de la frontera con Irak, en el Kurdistán.

Tuve conversaciones profundas, una vez más, con Ali y su tío. Esta vez un poco más enfocadas al Kurdistán, a los kurdos y a la guerra con Irak. Y me enamoré de su sencillez, su amabilidad y su hospitalidad. Eran entrañables…

Dos días después volvía a Isfahán con Ali, para pasar allí el último día antes de regresar a España. La verdad, es que mi idea, era irme para Teherán, pero había conocido tanta gente en Isfahán, que preferí pasar mi último día acompañada de la gente que conocí allí, antes que ir a visitar una nueva ciudad como Teherán.

Es curioso que lo único que llevaba para planificar un poco el viaje, era un papel con un mapa en el que tenía marcada la distancia que había en autobús de una ciudad a otra (de las que tenía pensado visitar) y al final, el destino y la improvisación me trajeron mucho más de lo que pudiese esperar de cualquier viaje organizado.

Si, una vez más siento que tuve suerte. Suerte de encontrarme con gente maravillosa por el mundo, suerte de conocer la cultura, las costumbres y los lugares de un nuevo país, suerte de dejarme llevar.

También es cierto, que a este viaje iba muy bien anímicamente, y eso también se nota en cada una de las decisiones que tomas y en como aceptas las cosas que te van sucediendo.

De nuevo, rompía con un montón de prejuicios y una vez más, volvía a casa con la mochila llena de buenos recuerdos. Recuerdos que hoy, tengo la suerte de compartir contigo.