Por Laura Vázquez

Cada viaje es diferente. Nada tiene que ver uno con otro. Ni vives las mismas cosas, ni las cosas las vives igual.

Perú me cayó del cielo como agua de mayo. Un viaje fresco, fácil, donde todo fue rodado y en el que me sentí muy bien de principio a fin.

11 de agosto de 2017 y empezaba una bonita y apasionante aventura hacia Sudamérica, con billete de regreso a España el 24 de septiembre.

45 días por delante, que a pesar de parecer muchos, a mi me parecían poquitos e insuficientes para vivir todo lo que quería vivir. Pero no… no iba a quejarme, ya que siempre fui consciente de lo afortunada que era al poder hacer ese tipo de viajes, gracias a las ventajas que tenía por trabajar en la Administración y al ajustado presupuesto que me marcaba en cada uno de ellos (25 euros por día, sin incluir billete de avión de ida y vuelta).

Iba a Sudamérica, una zona de habla hispana, lo que me permitía sentirme más segura y cómoda en muchos aspectos, sobretodo, en relación a la logística a lo largo del viaje.

Mi intención era visitar Perú, pasar por Bolivia, llegar a Ecuador y a poder ser, bucear en Galápagos.

Con tantos lugares por visitar, pensé en ir paso a paso y disfrutar de lo que fuese viviendo, sin marcarme plazos ni fechas límites para cada país.

Demasiados lugares bonitos por conocer, pero dispuesta a recorrer todos esos países con mi mochila roja de 7kg .

En el avión me tocó sentarme al lado de un adolescente, Gianluca, que pareció nervioso desde el primer minuto en el que le vi. Poco después supe que lo que le pasaba era que tenía pánico a los aviones. Busqué su mirada, le sonreí en el momento de despegar y le dije: Tu piensa en cosas bonitas. Aún así siguió con cara de pánico hasta que el avión dejó de moverse, ya arriba, en el aire.

Le curioseó aprender cómo se hacía el cubo de Rubik, que yo siempre llevaba a mis viajes como compañero de ratos aburridos en aviones, estaciones y autobuses. En media hora lo dio por imposible y nos pusimos a hablar bastante rato. Me contó que sus padres estaban divorciados. Que su madre vivía en Lima, que el padre era italiano pero que ahora vivía en Barcelona y que había estado de vacaciones por España durante el verano.

Luego me tocó el turno a mi. Me preguntó mi edad, mi estado civil y si tenía hijos. Después empezaron las preguntas sobre si no me daba miedo viajar sola, si alguna vez había tenido algún susto e incluso me llegó a decir que parecía una chica sociable y que no entendía porque viajaba sola… La respuesta a todas esas preguntas, ya las sabéis; las comenté en mi primera historia publicada.

La ingenuidad y frescura de Gianluca al hablar, rozando el descaro, me hacía mucha gracia.

A la llegada al aeropuerto de Lima el teléfono del muchacho no funcionaba bien, así que le ofrecí que utilizase el mío, cogiendo el wifi del aeropuerto para ponerse en contacto con su madre, que lo iba a recoger a su llegada.

Y una vez más, sería afortunada, porque esa familia encantadora, me invitó a su casa, donde estuve durante dos días. Era una familia con recursos; vivía en la zona de Miraflores. Gianluca, la madre, la abuela y la hermana pequeña de Gianluca, que fue la que sacrificó, encantada, su habitación para cederme la cama.

En esos dos días tuve la suerte de conocer el delicioso lomo saltado, el ceviche y la papa a la huacachina, y entendí que la gastronomía peruana es la bandera de este país de Sudamérica. En esos dos días también conocí el famoso pisco sour. Una bebida que no me agradó en absoluto, pero que supe enseguida que me iba a acompañar a lo largo de todo mi viaje por Perú.

Conocí la ciudad de Lima, yendo a dos tours gratuitos en los que te enseñaban lo más destacado de la ciudad y te explicaban su historia. Gianluca quiso acompañarme para saciar su curiosidad. Uno de los tours fue en la zona del centro, lugar de todas las sedes institucionales, donde me sorprendió el olor a madera húmeda, y el otro, en la zona de Miraflores, donde destacan las avenidas pintorescas y los hermosos paisajes, próximos a la costa.

A medida que te vas alejando de Miraflores, se va perdiendo la brillantez y se van intuyendo distintas clases sociales, con más necesidades, con lugares como Callao y Villa María del Triunfo, donde no es aconsejable acercarse ya que son zonas consideradas como peligrosas.

Lima me pareció una ciudad curiosa. Tiene un alcalde por cada distrito. Un total de 43. Allí nunca llueve (puede chispear, pero no te sientes mojado a no ser que lleves 2 horas debajo de esas gotitas) y raramente sale el sol (con suerte, en algunos momentos, en los meses de diciembre a marzo).

El cielo de Lima siempre está cubierto por nubes. Aun así, Lima es verde y floreada.

Estés donde estés de la ciudad, el tráfico es desordenado, caótico y anárquico. Nadie respeta a nadie en la carretera, ni a ninguna norma. Más de 8 millones de habitantes y la inexistencia de metro y tranvía, dificultan poner orden en esa ciudad.

Después de esos dos días, puse rumbo hacia Ica, a 4 horas de Lima donde mi intención era visitar Huacachina, un oasis en el desierto.

Llegué a Ica en autobús hacia las 21h. Recuerdo que cuando salí de la estación, le pregunté a un taxista cuánto me cobraría por llevarme a Huacachina, que estaba a 10 minutos. Me dijo que 20 soles (5 euros). Yo sabía que el precio real era de 10 soles (unos 2,5 euros) porqué lo había leído en internet la noche anterior y así se lo dije. Insistió en que eran 20 y le dije que sabía que no y que no insistiera más, que no me subía a su taxi. Entonces, me dijo que me cobraba 10 soles, pero ya no me quise subir con él. Le expliqué que no entendía porqué me tenía que decir un precio que no era. Nunca me gustó que me engañaran con los precios… Si viajo con una mochila a cuestas es porque voy con un presupuesto ajustado y en Perú con 5-7 euros me pagaba una noche de hostel en habitación compartida, así que no iba a pagar el doble de lo que yo sabía que costaba un taxi.

No había ningún taxi más a la vista así que me puse a caminar refunfuñando conmigo misma, por una carretera llena de polvo, solitaria y oscura. Dos minutos más tarde, apareció el mismo taxista y me dijo que me llevaba gratis hasta Huacachina. ¡Así sí!!

Me hizo preguntas sobre si viajaba sola y le dije que no, que me estaban esperando mis amigos en un hostel de Huacachina, que ellos eran los que me habían dicho que el trayecto en taxi costaba 10 soles.

A veces me pasaba en los viajes que, aunque yo quería compartir mi experiencia viajando sola, por seguridad prefería mentir y decir que alguien me estaba esperando en el lugar de destino. Tal vez no hiciera falta, pero me sentía más segura si no sabían que en realidad andaba sola, y pensaban en la posibilidad de que alguien me echaría de menos si no llegaba a mi destino.

Le pedí al taxista que me dejase en la calle principal, llena de hostels.

Cuando hablo de hostels me refiero a hostales que tienen habitaciones compartidas. Es el alojamiento económico utilizado mayormente por los mochileros. Nos sirve para ahorrar dinero en el alojamiento y para relacionarnos con otros viajeros como nosotros.

Se podía oír la música fuerte en todos los hostels, así que elegí uno al azar.

Dormí en una habitación compartida con 7 personas más, por el maravilloso precio de 20 soles (5 euros). Un lugar sin demasiados atractivos y con un ruido infernal de música variopinta que hacía retumbar las paredes de la habitación.

Pero me daba igual, yo había ido a Huacachina por el oasis en mitad del desierto, y al amanecer, ¡lo podría ver!!

Me despertó un rayo de luz que entraba por la ventana, directo a mis ojos, como avisándome que debía levantarme y aprovechar el día en ese oasis.

No tenía demasiado sueño; la noche anterior me acosté relativamente temprano, después de tomarme una cerveza peruana, una Pilsen, mientras observaba el horizonte, intentando averiguar la forma de las dunas que podía intuir a lo lejos.

Solamente salir del hostel, pude apreciar la magnitud de las dunas que rodeaban el pequeño pueblecito de Huacachina, y me di cuenta del lugar encantador en el que estaba.

Investigando por la zona, conocí a una chica brasileña que también viajaba sola. No recuerdo su nombre, pero fuimos juntas a preguntar cómo podíamos hacer para ir en buggy por las dunas.

Comimos juntas y por la tarde le propuse hacer la excursión en buggy ride. La puesta de sol fue espectacular y la verdad es que, ir en esos coches, que parecían como montañas rusas por la velocidad que cogen las subidas y bajadas por las dunas, fue una actividad muy divertida.

También pudimos disfrutar del sandborading. Unas tablas como las de hacer snow, pero en vez de bajar por la nieve, en este caso, eran para bajar las dunas. El que no sabía hacerlo de pie, podía hacerlo estirado, como hice yo. Una manera como cualquier otra de divertirse…

Al finalizar la actividad decidí poner rumbo al siguiente destino.

Supongo que esa es una de las ventajas de viajar sola; poder hacer y deshacer planes a mi antojo, en función de lo que me apeteciese en cada momento.

Podía haberme quedado allí una noche más con la gente que había conocido durante la excursión por las dunas, pero sabía que los días en Perú iban a pasar volando, y decidí ir hacia la estación de autobuses a por el autobús nocturno dirección Cuzco.

Lo hacía muchas veces… aprovechar la noche para moverme de una ciudad a otra. De esa manera ganaba tiempo y a la vez, me ahorraba una noche de alojamiento.

Los autobuses en Perú son muy confortables. Existen muchísimas compañías. Hay tanta competencia entre ellas, que todas las compañías se esmeran para ofrecer los mejores servicios y los mejores precios. Así que viajar en bus me pareció una estupenda opción, frente a la posibilidad de desplazarme en avión, que obviamente era mucho más caro, y significaría regresar otra vez hasta Lima.

El viaje desde Ica hasta Cuzco era de unas 17 horas… si, 17 horas. Viajé con la compañía Cruz del Sur. El precio era de unos 30 euros y había wifi en el autobús. Eché cuentas y me salía mucho más a cuenta coger el autobús desde Ica, que volver a Lima, pasar allí la noche y coger un avión al día siguiente.

Así que cargada de bolsas de patatas, chocolatinas y agua, me subí al bus dirección a Cuzco.

Cuando me senté en mi asiento, ¡me pareció el autobús más cómodo en el que me había sentado jamás!

Allí conocí a Oscar y Gabriel. Dos jóvenes argentinos, zalameros, como no, que desde el primer momento me hicieron sonreír, y con los que compartiría varios días de mi viaje en Perú.

Desde luego, ellos parecían tener el viaje mucho más organizado que yo. Ya sabían a que hostel querían ir en cuanto llegasen a Cuzco. Se llamaba Loki. Me fie de su elección, aunque con un poco de temor, dado que al preguntarles el motivo por el cual habían elegido aquel lugar para dormir, me dijeron: Clarísimamente… ¡Por la Fiesta!

Nada más llegar al hostel, comprendí que las noches que estuviéramos alojados en ese hostel, iban a ir acompañados de mucha diversión, y así fue. Nos juntamos un grupito de viajeros, que enseguida hicimos buenas migas. Durante esos días, dormimos poco, visitamos bastantes lugares y nos divertimos mucho. Había muchísima gente que hablaba español, y si…, eso, indudablemente, facilitaba la comunicación y la diversión.

El hostal Loki de Cuzco quedaba en la zona alta de la ciudad. Costaba 7 euros en habitaciones compartidas de 14 camas, tenía servicio de lavandería en la acera de enfrente, y un buen grupo de animadores en el bar.

La cadena Loki era muy conocida por los mochileros, ya que también existía Loki en otras zonas de Perú y en Bolívia y recibías bonitos descuentos por alojarte en más de uno de ellos.

 

Cuzco es sin ninguna duda, una de las ciudades con más historia y más bonita de América Latina. Situada en una vertiente de la cordillera de los Andes, Cuzco fue la capital del imperio Inca y una de las urbes más importantes en la época colonial española. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Además desde allí se podían visitar algunas de las grandes joyas de Perú: el Valle Sagrado, la Montaña de los 7 colores, el Machu Pichu, …

Con uno de esos fantásticos tours gratuitos, recorrimos la Plaza de Armas, el barrio de San Blas, la calle Loreto y la Piedra de los 12 ángulos, el mercado de San Pedro, … Esos serían lugares recurrentes para pasear los siguientes días en los que anduvimos por Cuzco, aclimatándonos a las alturas, ya que estábamos a 3.399 metros de altura.

Está claro que la gran mayoría de personas que viajan a Perú, lo hacen con la idea de visitar el Machu Pichu. Te dicen que lo ideal es que compres el ticket de entrada por internet el día en el que compras tus billetes de avión, antes de llegar a Perú. Pero yo no quise hacerlo con tanta antelación porque no sabía exactamente qué día iba a estar en Cuzco y mucho menos qué día iba a llegar al Machu Pichu.  Así es que, al llegar a Cuzco, busqué en internet para comprar la entrada y evidentemente me salía que ya estaba todo completo. Por tanto tuve que ir a una agencia y a través de ellos adquirí mi entrada al Machu Pichu.

También decidí que como tenía tiempo por delante, llegaría al Machu Pichu caminando, recorriendo el camino del Inca durante 4 días y 3 noches.

La mayoría de gente lo hace con el famoso tren (carísimo, por cierto) y luego desde Aguas Calientes, sube con un autobús. Yo decidí hacerlo a pie. Necesitaba más tiempo, pero lo tenía, así que me pareció una forma mucho más barata y auténtica de llegar al Machu Pichu. Vacié mi mochila y dejé en una taquilla del hostel, las cosas imprescindibles para pasar los siguientes días por el Camino del Inca.

Sin más, junto a otros 5 jóvenes, iniciamos la aventura.

Avisé a mis padres que estaría unos días sin tener internet, para que no se preocuparan, y recuerdo perfectamente, que el día 18 de agosto vi en una televisión de un hostal entre las montañas, la noticia del atentado en Barcelona del día anterior. Desactivé al momento el modo avión de mi teléfono y contacté con mis padres, que me pusieron al corriente. Ese día estuve especialmente triste y reflexiva. Durante la mañana me encontré con unos lugareños por los caminos y recuerdo que, con una semilla de una planta, les pedí que me pintaran algo en la cara como muestra de solidaridad con las familias de las víctimas. Era solo un gesto, pero me sentí más unida a mi tierra de esa manera.

Tengo que reconocer que el Camino del Inca fue una de las mejores experiencias de todos mis viajes y que sin ninguna duda, hizo que mi paso hacia el Machu Pichu fuera diferente y especial.

El Camino del Inca tiene 42km y el punto mas alto se encuentra a 4.224 metros de altura. Como uno ya viene aclimatado de Cuzco (a 3.399m), no hay demasiado problema de mal de altura, o como le llaman allí, soroche.

El viaje empieza en el poblado de Pisqacucho, en el km 82 de la línea férrea de Cuzco-Quillabamba.

Los escenarios y paisajes fueron cambiando a lo largo de la caminata. En los dos primeros días el paisaje fue de tipo andino, con presencia de montañas escarpadas, bosques y riachuelos. Seguramente el peor día fue el segundo ya que es el día en el que se asciende hasta los 4.200 metros.

En cambio, el tercer día la vegetación se vuelve más tropical. Y aunque fue el día en el que más horas se caminaba, para mi fue el más interesante.

A lo largo de todo el camino es posible ver llamas, picaflores, halcones, lagartijas, … muchas lagartijas.

Durante el segundo y tercer día estuvo lloviendo, no muy fuerte, pero casi sin parar, y empecé a pensar que mi llegada al Machu Pichu iba a estar pasada por agua.

La última parada antes de subir al Machu Pichu, es Aguas Calientes. Recuerdo con ilusión meterme en las aguas termales que vimos allí, entre montañas, con vista a los bosques frondosos, por el precio de 5 soles (1 euro con 30 céntimos), a pesar de la lluvia incesante de toda la tarde.

Cenamos un delicioso ceviche en el centro del pueblo y pronto nos fuimos a dormir, ya que al día siguiente era el gran día. El gran día de ascender al majestuoso Machu Pichu.

Y creedme… fue MARAVILLOSO. Será difícil describir lo que se siente cuando por fin se llega a ese mágico lugar, pero lo haré. ¡Lo haré en la próxima historia!!