Por Laura Vázquez

Soy Laura Vázquez, tengo 38 años y me gustaría compartir con vosotros algunas de mis experiencias viajando sola por algunos países de este maravilloso mundo.

En cada una de las diferentes historias contaré alguna aventurilla o anécdota que me ocurrió en algunos de los más de 50 países en los que he estado. Irán acompañados de algunas fotos representativas de lo vivido, aunque las mejores imágenes y los mejores momentos son siempre aquellos de los que ni tan siquiera pude sacar una instantánea.

El objetivo de la lectura de cada una de las historias no es otro que el de que te transportes a un lugar diferente al que estás habituado y disfrutes de aquello que te voy a contar desde «La Mirada de Laura»

Siempre quise escribir sobre esos viajes, pero nunca lo hice porque hacerlo significaba abrirte a alguien diferente a uno mismo, y eso…eso siempre da respeto.

Desde siempre me gustó viajar, descubrir, investigar, perderme, ilusionarme…y cumplir sueños. De todos los viajes que hice, aprendí básicamente dos cosas: que hay gente muy buena en el mundo y que lo bonito de la vida es vivir y disfrutar los imprevistos, fuera de la zona de confort.

Como os decía, he estado en más de 50 países y algunos los disfruté más que otros, pero de todos me llevo excelentes recuerdos.

El primer viaje que hice como mochilera fue a Nicaragua. Tenía 20 años y decidí ir con una ONG a descubrir con mis propios ojos como era el mundo más allá de Europa. Ahí me “infecté” por el gen viajero y desde entonces ya nunca quise encontrar la cura a esa patología.

He viajado sola por muchos de esos 50 países. Y esos, los que hice sola, son realmente con mucha diferencia, los viajes que más me han marcado y de los que más he aprendido.

Aprendes de lo que visitas y lo que conoces, pero también aprendes, y mucho, sobre ti mismo. El ser humano siempre puede dar mucho más de sí de lo que cree.

Cuando explicas a la gente que viajarás solo, te miran raro incluso con un poco de lástima, como si no tuvieses amigos con los que compartir la experiencia, o como si eso fuese a ser extremadamente peligroso.

Y sí, viajas solo pero bien acompañado de tu mochila, tus miedos, tus ilusiones y tus expectativas. Y todo eso es una muy buena compañía.

Al fin y al cabo, en mi caso, el hecho de viajar sola siempre fue una decisión tomada por mi, una elección muy a consciencia.

En mi caso, nunca tuve un gran sentido de la orientación ni un nivel de inglés especialmente bueno. Aún así, eso nunca fue un impedimento para decidirme y salir a hacer lo que más me gusta de esta vida: VIAJAR.

Viajar sola tiene muchas ventajas. Muchísimas. ¡¡¡Muchísimas, de verdad!!!

Y luego tiene algunos inconvenientes. Cuando viajas sola te pasas el día decidiendo lo que vas a hacer, cosa que a priori suena muy pero que muy bien, pero que a la vez quiere decir que las decisiones difíciles o las situaciones delicadas, que también aparecen y más en viajes de aventura donde la improvisación está a la orden del día, tú eres la que tomas las riendas en todo momento.

Para bien y para mal. Te das cuenta de cosas que antes de viajar no te habías parado a pensar como, por ejemplo, que no puedes dormirte en mitad de una estación por miedo, no a que te roben, ya que tus pertenencias no tienen ningún valor, sino a que te pase algo especialmente por el hecho de ser una mujer que viaja sola y debes estar alerta permanentemente para que no te estafen, no te engañen y/o no te hagan perder el tiempo.

Así que sí…definitivamente, viajar sola, agota…y mucho.

De hecho, la soledad en el día a día aterra a muchas personas en nuestra sociedad. Pero no solo viajando. A la gente le aterra ir al cine solo, comer solo, reírse solo…disfrutar de lo que te ofrece la vida en soledad. Parece como si las cosas que hace uno solo no estuviesen sucediendo. Es un poco parecido a lo que pasa con las redes sociales hoy en día. Si no lo compartes, es que no pasó… un absurdo absoluto… También nos aterra pasar los malos momentos en soledad. Parece que, al hacerlo solos, aquello horrible que te está sucediendo es tres veces peor de lo que en realidad es. Y todo por ese miedo a la soledad.

Lo que descubrí viajando sola es que las cosas haciéndolas uno solo pueden saber igual de bien que en compañía. No son temas excluyentes. No se trata de volverte un antisocial, simplemente de ser capaz de disfrutar de lo sucedido con la misma intensidad tanto si lo haces acompañado como si lo haces solo.

A su vez, descubrí que en realidad era capaz de hacer y superar muchas más cosas de las que yo creía. Cuando estás sola, no te queda otra que superar aquello que estás viviendo. Lo que tenga que suceder, sucede, estés preparado o no, estés acompañado o no, así que por el mismo precio aprendes a superar aquello que te pase. No es orgullo, no es dignidad, es simplemente aceptación y aprendizaje.

No ver la soledad como un enemigo, conllevará gratas sorpresas.

En algunos viajes lloré…lloré de alegría, de tristeza, de impotencia, de dolor, de nostalgia, de miedo. Y en cada uno de esos lloros, en vez de venirme abajo, me venía siempre arriba. Bueno…si soy sincera…primero me venía abajo, y luego ya me venía arriba…

Nunca hice un cuaderno de viaje, ni un blog donde recoger mis aventuras y desventuras, y la verdad…las fotos que hice de mis viajes fueron más bien escasas…pero las emociones vividas, que se transformaron en recuerdos, por mucho que pasen los años siguen en mi retina como si los estuviese viendo pasar por la ventana de casa, ni muy lejos, ni muy cerca… en la justa distancia para que se me dibuje una sonrisa en la cara cada vez que me viene a la memoria una de esas imágenes, uno de esos recuerdos..

Te cuento que mi equipaje siempre fue ligero. Una mochila roja que acaba pesando unos 8kg, que siempre volvía a casa teniéndola que coser y teniendo que darle unas cuantas lavadas para que recuperase su color inicial. Siempre la misma mochila, y prácticamente siempre el mismo equipaje: minimalista y práctico. Mentalizada a lavar ropa a mano y a prescindir de los lujos que tenemos en el día a día como puede ser un bote de colonia, una mascarilla del pelo, una crema hidratante o un surtido de zapatos.

Los bañadores siempre me sirvieron de ropa interior, nunca faltaba un vestido básico negro de fondo de armario y unas chanclas negras, y el objeto “de lujo” que llevaba era el lápiz de ojos de color negro. Una cuerda de un metro y medio y un saco de tela para dormir, me salvaron la noche en más de una ocasión.

Billete de ida y vuelta y sin libro de la Lonley Planet a poder ser. Nada de tarjeta de móvil a la llegada a tu nuevo destino, vamos sobrados con las conexiones de wifi que uno se va encontrando por el camino. Creo que así siempre pude disfrutar más en cada momento de lo que me estaba ofreciendo el viaje. Por eso también fui siempre reacia a estar permanentemente pendiente de colgar fotos o videos en las redes sociales.

Un presupuesto de 25 euros diarios de media que incluían comida, dormir, transportes y extras como algunas visitas a lugares o monumentos. Billete de ida y vuelta a parte, y mucho ingenio en cada uno de los viajes para que esa cifra nunca se disparase.

Llegué a odiar especialmente los pasos por las fronteras y los cambios de moneda o conseguir un cajero en el que no te cobrasen comisión por cada vez que sacabas dinero.

Diría que no me arrepiento de nada de lo que viví en esos viajes, pero mentiría. A toro pasado, tomé consciencia de lo mucho que llegué a hacer sufrir a mis padres en cada una de mis andaduras, así que si… de eso si me arrepiento y creo que tal vez debería haber tenido más a mano el móvil y no estar tan incomunicada en cada uno de esos viajes. Viajar es una cosa y desconectar del mundo, es otra…

Viajar será para cada uno de nosotros lo que queramos que sea. Para algunos será relax, para otros será diversión, para otros descubrimientos, sentimiento o simplemente aventura.

Viaja solo, con amigos, en familia, en hoteles, en hoteles, sea como sea, ¡pero…VIAJA! No hay una manera de viajar que sea mejor que otra. Simplemente con la que tu te sientas cómodo y puedas disfrutar más de la experiencia. Cada persona es un mundo, así que ten por seguro que una experiencia que a tí te puede hacer terriblemente feliz, a otro le puede hacer terriblemente desgraciado.

A mi personalmente viajar sola sin nada planificado y con una mochila a cuestas me sirvió para dejar de juzgar, para quererme más, para desarrollar infinitamente mi instinto y sobretodo para confiar en el universo. Y creer a ciencia cierta en la típica frase de «todo pasa por algo»

Porque mientras en nuestro día a día intentamos luchar para controlarlo todo y resistirnos a lo que va sucediendo a nuestro alrededor, cuando viajas, te permites más, mucho más, el dejarte llevar. Dejar que un imprevisto se convierta en un buen plan, y te acabe sacando una sonrisa en vez de un cabreo, eso es idílico.

Nunca me he sentido tan libre como cuando he viajado sola. Fuese donde fuese, fuese cuando fuese, fuese como fuese.

Y no creo que sea una actividad que hay que hacerla en una determinada edad. El viajar es atemporal. Las oportunidades que te ofrece viajar sin tener las cosas demasiado planificadas, es realmente un lujo.

Cumplí 36 años intentado hacer cumbre en un 6.200 en Ecuador (y digo intentando, porque no lo conseguí, me quedé a 5.900m), en Colombia casi muero ahogada en medio del mar en Taganga aplastada contra las rocas, pasé la noche de Navidad en casa de una familia que conocí de casualidad a la salida de la visita de las pirámides de Giza en Egipto mientras buscaba una tienda donde comprar algo para comer, en Irán en cambio, celebré el cambio de año en el mes de abril sin saber que allí era fin de año en esa época, en India pensé que me moría de dolor estomacal y en Cambodja me robaron todo mi dinero de la manera más tonta posible. Y si… pudiésemos pensar que qué necesidad hay de pasar por eso…pues os diré… a pesar de todo eso… lo repetiría sin duda alguna.

Hubo gente que me decía que esa obsesión por viajar así de esa manera no era normal. Que seguramente lo que pasaba por dentro de mi, era una necesidad imperiosa de huir, de abandonar la zona de confort y salir a encontrarme. Yo siempre lo negué, pero ahora con el tiempo, no descarto que fuera eso. Hay otras personas que lo hacen con la lectura, el deporte o las series de Netflix, así que sí, es muy probable que mi forma de evadirme de todo fuese simplemente viajar.

Es más, no descarto que la gran mayoría de mis acciones en la vida, fuesen encaminadas a viajar. Buscar un trabajo en el que pudiese viajar, una pareja que amase viajar, tener tiempo para poder viajar, dedicar la mayor parte de ese tiempo a viajar, …

La realidad es que con la rutina del día a día muchas veces no nos da tiempo de frenarnos y parar a reflexionar sobre nuestra vida. Vamos con el piloto automático puesto y no nos cuestionamos todo aquello que estamos viviendo. No nos lo cuestionamos porque damos por hecho que lo elegimos nosotros y que por tanto es lo correcto. Pero cuando te vas, cuando desconectas del día a día y te vas solo, aprendes a escucharte, aunque a veces duela lo que oyes, y te planteas cosas básicas sobre las personas que has elegido para acompañarte en tu vida, sobre tu trabajo, tus vocaciones frustradas, tus ilusiones por cumplir, tus errores, … y eso duele, pero a la vez, si haces caso a lo que escuches, cura.

Os hablaré de mis viajes sola como mochilera en lugares como Irán, Filipinas, Malasia, Tailandia, Cambodja, India, Egipto, Colombia, Maldivas, Perú, Bolivia, Ecuador, Sri Lanka, Marruecos,

Muy prontito os lanzo la primera historia, y espero que os sirva también para evadiros un poco del día a día.