Hemos llegado hasta el legendario valle de Hunza, casi en la frontera de Pakistán con China, para hacer realidad el sueño de tres chicas de la aldea de Hushé que quieren convertirse en guías de montaña. En realidad el Proyecto Chicas de Hushé (que estamos impulsando desde la Fundación Sarabastall y la de José Ramón de la Morena) persigue que estas mujeres del valle de Hushe tengan las mismas oportunidades que sus padres o hermanos. Es un largo camino el de la libertad y el de la igualdad, que comienza por la educación, y por eso desde hace 17 años llevamos favoreciendo la educación de los niños y niñas de esta remota aldea de 1500 habitantes.

Gracias a las becas, a la mejora de la formación de los maestros, y a un proyecto que busca la integración y la igualdad hemos logrado escolarizar al 93% de todos los niños del pueblo, algo realmente impensable en estas áreas de Pakistán. Pero aún nos queda mucho trabajo por hacer. Por eso cuando Abdul Karim, el porteador más famoso del Baltistán, me pidió ayuda para que tres de sus nietas escalaran una montaña que supera los seis mil metros no pude negarme. A pesar de las enormes dificultades que tienen hoy en día las mujeres para acceder a las mismas clases, profesiones o trabajos que sus compañeros varones, creo que es un grano de arena para conseguir que un día mujeres del valle de Hushé lleguen a escalar una montaña de ocho mil metros o guíen a unos clientes por el glaciar de Baltoro. Ayudar, en estos casos, no es una opción, es la única opción.

Así que aquí estamos, en el valle de Hunza, al pie de una preciosa montaña, el Rakaposhi de 7788 metros. Estoy escribiendo estas líneas delante de uno de los mayores desniveles del planeta. En este lugar, al parecer, se inspiró James Hilton para escribir en 1933 su novela “Horizontes Perdidos” que daría lugar a la famosa película de Frank Capra y la leyenda de Shangri La. Aunque pueda sorprender, Hilton no viajó nunca a ver las altas montañas de Asia pero era un lector voraz de los artículos de Joseph Rock, el corresponsal de National Geografic en la zona. Basándose en ellos construyó una novela que situó con precisión en la cordillera del Kunlún. La novela impresionó a Capra, (como a muchos millones de lectores desde entonces) que decidió adaptarla al cine. Y desde ese momento la leyenda de Shangri-La traspasaría el ámbito del cine de aventuras para convertirse en el mismo sueño del Fausto de Goethe, tan anhelado y perseguido como inalcanzable. Este lugar perdido en medio de las altas montañas, ha sido reivindicado por muchos lugares, desde el valle de Hunza a otros remotos del Tíbet. En ese mítico lugar el viajero debería encontrar, además de una larguísima y feliz vida, el idealismo, la bondad y los principios éticos de la humanidad.

Desgraciadamente, a día de hoy, podemos constatar que no lo hemos logrado. Pero, a falta del verdadero sueño utópico de la inmortalidad, hemos disfrutado dos días de este valle idílico, donde muchos de sus habitantes llegan a edades que nadie alcanza en el resto de Pakistán. Estudios científicos demostraron que la longevidad de sus habitantes se debe a un clima benigno y una alimentación donde las frutas y verduras son la base. Especialmente los albaricoques que pueblan sus campos de cultivo. Por supuesto influye también un régimen de vida alejado de las prisas y los agobios de las grandes ciudades.  Estas gentes son ismaelitas, una rama del chiismo bastante más tolerante, y son partidarios del Aga Khan. Es frecuente ver a personas rubias y de ojos claros y ellos se declaran orgullosos del gran Alejandro Magno, que hace 2300 años estuvo por la zona. Hay algo en toda historia que les he contado que tiene que ver desde luego con una utopía, con un sueño. Ya sea el encuentro de un paraíso como Shangri La o la igualdad que persiguen las mujeres de Hushé. Pero ¿qué sentido tendría la vida sin los sueños?

Sebastián Álvaro.

Fuente: artículo publicado en Marca.